Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Esta mañana leía una noticia en la que reportan que Luiz Inácio Lula Da Silva, el popular expresidente brasileño que se encuentra acusado de corrupción, se lamenta de lo que le está ocurriendo a Cristina Fernández en Argentina, donde se ha girado orden de captura en su contra. Según Lula, las persecuciones que sufren varios dirigentes políticos de América Latina por corrupción son resultado de su posición ideológica que hace que poderosos intereses se unan para montar una especie de cacería de brujas que no tiene otro fin que el de atacar a gobernantes que han actuado en defensa de los intereses de sus pueblos.

Otto Pérez Molina, en Guatemala, dijo que las investigaciones en su contra y de Roxana Baldetti eran parte de una política diseñada por Estados Unidos para castigarlos por no haberse sometido a los deseos del imperio y acusó de manera directa a Washington de estar atrás del trabajo que hace la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala.

Y aquí, a diferencia de lo que sostiene Lula respecto a las investigaciones en su contra, de Dilma Rousseff y de Cristina Fernández, en el sentido de que por izquierdistas los están persiguiendo, se sostiene que es la izquierda encabezada por el mismo Obama la que montó los operativos en contra de dirigentes conservadores como eran Pérez y Baldetti. De hecho en las redes sociales manejadas y patrocinadas por intereses vinculados con la cooptación del Estado, se dice que es una acción de la izquierda la que mantiene viva esa lucha que no es contra la corrupción sino contra determinadas personas de la derecha y usan como argumento toral que contra los Colom Torres y sus huestes no prospera ninguna investigación.

El caso, creo yo, es que en materia de corrupción no hay ideologías sino simplemente la comprobación de que el poder corrompe y que mientras más grande es el poder más grande es la corrupción, especialmente en países que no están acostumbrados a la rendición de cuentas ni al sistema de pesos y contrapesos. Y ya veremos cómo en Estados Unidos, donde la prensa jugó siempre un papel crucial para obligar a los políticos a rendir cuentas, se incrementará la corrupción como consecuencia del nada casual ataque que hace Trump para desacreditar a la Prensa, creando una cultura de irrespeto que va desde los casos de acoso sexual que le han imputado hasta los negocios con Rusia y la ocultación de sus declaraciones de impuestos.

No importa si los que roban son de derecha o de izquierda y tampoco hay elementos para suponer que unos son más largos que otros. La corrupción afecta a todos los espectros de las ideologías porque es resultado de las ambiciones desmedidas que se dan en uno y otro campo, por lo que tenemos que insistir en que es crucial que se libren estas luchas y que se impongan instrumentos de control y verificación que impidan esa amplia facultad que existe en nuestros países para robar y que, repito, está siendo ya sembrada en la antaño exigente cultura de rendición de cuentas de Estados Unidos.

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