Dra. Ana Cristina Morales

Existen imágenes e incluso documentales en donde se muestran los diversos y hermosos paisajes que sin duda alguna pueden ser motivo de orgullo de pertenecer a Guatemala.

Entre ellos: de volcanes, montañas, ríos, lagos, lagunas, mares, templos arqueológicos, iglesias, manifestaciones de las artes plásticas y entre estas, pinturas, esculturas, murales, edificios y construcciones, ruinas de la Época Colonial. Y también, otras expresiones artísticas. Pero, una cosa es observar el paisaje, y otra cosa es vivir dentro de él.

Cuando se participa en la observación de la hermosura que proporciona nuestro país y se logra hacer contacto con ella entablando relación. Es una experiencia de asombro, agradable a los sentidos, fortalecedora del espíritu, nostálgica, y tal vez, un poco triste. Porque aun en el aprecio de la naturaleza y del folclore de nuestro país, se siente un canto que exclama llanto, que toca fibras profundas en corazones abiertos y también cerrados. Que se expresa silenciosamente, con dignidad y honor. Que provoca sentir al unísono una vivencia integradora.

Pero, de manera contraria, a la naturaleza, a los sentidos y a lo humano. El llanto expresado silenciosamente se convierte en bullicio, o un quejido incansable, que enturbia mentes, entumece los sentidos y el espíritu. Adentro del paisaje, muchas veces no se vive bien. Y las personas encuentran deterioro de relación. La hermosura en la cotidianidad ya no provoca asombro. La cotidianidad reclama la vida y no parece construir.

Las imágenes de nuestro país son retapizadas por imágenes que no le son propias. Por lo cual, la identidad se diluye, los sentires se disienten, el agobio exalta violencia. Este año Navidad y Día de los Muertos se entremezcló. La nebulosa comercial tomó tal decisión. Por lo cual, los rituales propios se enajenan con extraños y corrompen la relación del guatemalteco con su tierra, con sus figuras, con su naturaleza, en fin, con su ser y con su entorno.

Sintiéndose tan extraño y sosteniéndole amnésico, no es de extrañar que el guatemalteco se conduzca de manera bizarra. El sentido de identidad se expropia y para colmar el vacío lo superfluo lo intenta rellenar.

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