Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

El pasado fin de semana tuve oportunidad de escuchar una fenomenal prédica del sacerdote vietnamita Duong Nguyen sobre el Evangelio de San Juan en el que se relata la parábola de los talentos y lo que de ellos se espera. Hablando ante una comunidad de personas que viven con comodidad su retiro, este joven religioso explicó con detalle el sentido que Jesús le dio al relato y sus implicaciones con nuestra vida como cristianos y le dijo a los fieles congregados que nunca termina el deber de seguir multiplicando los talentos que se han recibido y que viendo tanta gente afectada por fenómenos naturales y sufriendo condiciones de mucha limitación y pobreza, especialmente entre los inmigrantes, era tarea ineludible trabajar todos los días para ayudar a los necesitados y de esa manera prepararse para que, al rendirle cuentas a Dios, podamos mostrar qué logramos hacer con las bendiciones y beneficios que Dios nos dio.

Por supuesto que la misma parábola plantea el caso de las diferencias que hay en cuanto a los dones y talentos recibidos, pero lo que no se vale, en absoluto, es no hacer nada con ellos. Y justo el domingo leí el informe del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos y viendo lo que dice sobre las dos realidades que conviven en nuestra desigual Guatemala pensé que todos los que desde la cuna recibimos tantas bendiciones de Dios, traducidas no sólo en comodidades sino también en oportunidades que no son parejas para todos, tenemos una gordísima obligación de luchar para que toda esa gente marginada, empobrecida, desnutrida y enferma reciba por lo menos la inversión social que hace falta para allanarles camino hacia las benditas oportunidades que históricamente les hemos negado.

Y es que cuando el Comisionado habla de los guatemaltecos que vivimos en una realidad de Primer Mundo y se marca el contraste con varios millones que hasta para los parámetros del Tercer Mundo parecen seriamente rezagados, es obvio que a los ojos de nuestra fe cristiana algo seriamente falla porque no hay retribución de talentos y, peor aún, resulta que en muchos casos ni siquiera es que no se usen y se entierren, como lo hizo el siervo haragán e infiel, sino que se usan mal y hasta de manera perversa y creo yo que eso resulta mil veces peor. Si al que enterró los talentos recibidos se le manda a las tinieblas, donde será el llanto y el crujir de dientes, ¿qué se podrá esperar para aquellos que los recibieron en abundancia y los utilizaron para agravar las miserias de mucha gente porque entraron al juego de la corrupción?

Los talentos pueden llegar de muchas formas, pero obviamente en una sociedad como la nuestra, en la que se marcan tanto las diferencias sociales se puede decir que hasta algunos para nada talentosos los recibieron en abundancia por la vía de la riqueza y se ve que estamos dilapidando ese potencial que hay para realmente cumplir como cristianos y rendir cuentas con la certeza de que lo mucho o poco que pudimos recibir, fue puesto al servicio del prójimo.

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