Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt
@ppmp82

Recientemente fue el informe de Human Rights Watch que nos desnudó la ineludible realidad de nuestro maltrecho sistema de justicia en el que se abordó la forma en la que en el país no se cumplen los plazos (en los casos contra mareros, delincuentes rasos y de cuello blanco) y de cómo es que los recursos que contempla la ley como remedios procesales, han sido utilizados como tácticas dilatorias para intentar que la justicia se detenga esperando que suene la flauta de la impunidad.

Luego, este fin de semana el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Zeid Ra’ad al-Hussein presentó un informe que resulta lapidario porque expone nuestra cruda realidad en Guatemala.

Ayer cité en redes sociales un párrafo del informe del Alto Comisionado que a la vez citó mi padre en su columna y que reproduzco de nuevo: “Las estadísticas reflejan esta dura realidad: alrededor del 60% de la población guatemalteca vive en la pobreza absoluta, el 23% en la pobreza extrema; el 46.5% de las niñas y niños menores de cinco años padece desnutrición crónica, afectando no solo su salud física sino también sus oportunidades de vida; más del 20% de la población no sabe leer ni escribir, y entre las mujeres indígenas esta cifra asciende al 43%. El Estado solo asigna el 3.15% de su PIB al sector de la salud, en un país donde las enfermedades crónicas van en aumento, incluidas las infecciones por VIH, que han incrementado un 167% desde 2010.”

Lo he dicho en el pasado y lo digo de nuevo, cuando uno come los tres tiempos y cuando uno ha tenido oportunidades gracias a un esfuerzo honrado, es “fácil” hacerse de la vista gorda de esa realidad que de forma tan clara y dramática nos es presentada de un sopapo a nosotros y al mundo. Podemos decir mil y una vez que son cosas que ya conocemos, pero debemos repetir mil y una vez que poco o nada hacemos para cambiar esa realidad.

También menciona el informe que “Hay un problema de desigualdad, muy grave con la distribución de la riqueza y eso está a la vista, cualquier persona que conduzca en las zonas 14 y 10 de la ciudad mira que mientras un montón de gente sufre vejámenes y calamidades hay otros que se transportan en helicóptero”. Agrega que las mujeres indígenas, los migrantes, afrodescendientes y quienes tienen discapacidad, enfrentan marginación, discriminación y en especial, los efectos de la corrupción e impunidad.

No me muevo en helicóptero ni nada que se parezca, pero sí he vivido y vivo en una de las zonas que menciona el informe y por eso es que he tratado de hacer mi mejor esfuerzo para que los que tenemos oportunidades no seamos privilegiados en el reino de la pobreza. He insistido que el cambio es un tema económico y he conocido de varios casos, en Colombia por ejemplo, de quienes han logrado generar más cuando las cosas cambiaron y el sistema tuvo sus ajustes. Hacen más dinero que antes pero también generan más oportunidades y la brecha está más cerrada que antes.

No podemos seguir con una venda en los ojos tratando de eludir la responsabilidad que tenemos todos los guatemaltecos en la construcción de un futuro diferente e insisto, los que tenemos oportunidades tenemos una obligación mayor. Siempre he dicho que explicarle a mis hijos porque alguien viaja en helicóptero mientras otros lo hacen en transporte colectivo, será difícil pero se podrá.

Lo que no sé cómo explicaré es cuando me pregunten por qué alguien de su edad no come los tres tiempos y por eso siento la harta obligación de buscar las maneras en las que podamos ser un país más justo e incluyente, en el que aquellos que quieran oportunidades puedan obtenerlas sin tener que depender de la suerte o peor aún, de privilegios, de la corrupción, la impunidad o las remesas.

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