Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Apartarse del discurso que pretenden ciertas élites, en el que se habla de las bondades y virtudes de nuestra Guatemala, es tomado como una barbaridad y genera sentimientos de ofensa que se utilicen ciertos términos y algunos indicadores que contradicen esa visión “positiva” que “tenemos” que usar para vendernos ante el mundo. En ese contexto, lo que dijo Zeid Ra’ad Al Hussein, por muy Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos que pueda ser, será visto como el informe de un resentido que disfruta destacando cosas malas en lugar de apreciar todo lo bueno que tenemos.

El mismo Comisionado dijo que hay dos realidades en Guatemala y que para unos pocos (minoría, dijo él) somos un país moderno y funcional donde la concentración del poder político y económico crea esa sensación de bienestar, mientras que para otros muchos, en especial para “las mujeres, los pueblos indígenas, afrodescendientes, migrantes y personas con discapacidad, es un país donde han enfrentado toda una vida de discriminación, marginación y los efectos perniciosos de la corrupción y la impunidad”, frase lapidaria pero que repite el discurso de aquellos a los que en nuestro país llamamos resentidos a falta de argumentos para rebatirles.

Me llama la atención que el señor Al Hussein repara en los efectos perniciosos que para esa gente tiene la corrupción y la impunidad porque aquí nos hacemos como si ello no tuviera nada que ver con las condiciones de vida imperantes. Sostengo que la corrupción tiene su nido en la impunidad y que la misma no solo le roba oportunidades a la gente más necesitada porque el dinero que debiera invertirse en ellos para en ya rebosantes bolsillos, sino porque literalmente la corrupción mata y lo podemos ver en otra lapidaria expresión del Alto Comisionado.

Su informe dice: “Las estadísticas reflejan esta dura realidad: alrededor del 60% de la población guatemalteca vive en la pobreza absoluta, el 23% en la pobreza extrema; el 46.5% de las niñas y niños menores de cinco años padece desnutrición crónica, afectando no solo su salud física sino también sus oportunidades de vida; más del 20% de la población no sabe leer ni escribir, y entre las mujeres indígenas esta cifra asciende al 43%. El Estado solo asigna el 3.15% de su PIB al sector de la salud, en un país donde las enfermedades crónicas van en aumento, incluidas las infecciones por VIH, que han incrementado un 167% desde 2010.”

No faltarán los que digan que Al Hussein es un entrometido que vino a desprestigiar al país, pero debemos reconocer que esa es nuestra dramática realidad y que vista en el rostro de los seres humanos que la sufren es mucho más impactante que el ya duro efecto que tiene la estadística que nos recuerda a cuánta gente hemos dejado atrás mientras se fue creando y perfeccionando ese perverso modelo de corrupción que acumula toda la riqueza nacional en manos de cooptados y cooptadores, mientras casi la mitad de nuestros niños sufren desnutrición crónica que marcará su futuro y el del país por varias generaciones.

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