Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Cuando uno reflexiona sobre las condiciones del país y cómo es que llegamos a construir un modelo tan perfectamente perverso se tiene que tomar en cuenta la forma en que se han ido trastocando, hasta desaparecer, viejos valores que eran fundamentales para generaciones pasadas que no medían el éxito por la fortuna acumulada sino que valoraban mucho la calidad de las personas, su decencia e integridad. Es muy difícil establecer el momento en que empezó ese cambio de mentalidad, pero lo cierto es que el mundo entero gira desde hace muchos años alrededor de patrones que no tienen nada que ver con aquella vieja concepción de la valía del ser humano por su comportamiento ejemplar.

Yo recuerdo que hace varias décadas me molestaba mucho cuando al discutir con mi padre sobre la forma en que se estaba pervirtiendo nuestra política, él me decía que no me engañara, que no eran solo nuestros políticos y usaba una frase lapidaria: “es la humanidad la que está podrida”, afirmación que me parecía exagerada y discutíamos al respecto, porque yo le decía que por muchos defectos que tengamos los seres humanos siempre está latente la capacidad de distinguir entre el bien y el mal y uno tiene la creencia de que los buenos deben ser más que los malos.

Sin embargo, con el correr del tiempo parece que se perdió esa capacidad de distinguir entre el bien y el mal porque se fue asumiendo como normal el comportamiento que antaño se veía incorrecto. Estoy convencido de que al irse generalizando la corrupción, al punto de convertirse en algo normal y parte de una forma de ser socialmente aceptada, mucha gente empezó a practicarla como si tal cosa. Dar dinero a un político “para la campaña” se veía como algo común y corriente, tanto como lo sería después recibir a cambio negocios, contratos, concesiones o licencias. No extraña, en ese contexto, que el mismo presidente Morales calificara la corrupción como algo normal que forma parte de la forma en que somos educados.

Hay muchos jóvenes que ahora son dirigentes de sus sectores y despuntan como figuras prominentes que fueron cabalmente educados de manera que hacer un poco de trampa o pagar un soborno no es algo malo. Por el contrario, ellos crecieron viendo que así es como se hacen las cosas y por supuesto que su mentalidad está ya marcada. Para ellos esto que ocurre ahora, de la lucha contra la corrupción es como una cacería de brujas de parte de aquellos que pintan como algo malo lo que siempre se ha hecho.

Por ello es tan difícil esta lucha, puesto que creo que hay personas que sinceramente creen que lo que hacen no es tan malo como lo dice la prensa o, peor aún, como lo ve la CICIG o el Ministerio Público. Cuando uno escucha a algunas personas que se preguntan dónde está el delito en darle uno su dinero a un partido político o un candidato, se da cuenta que son muchos los que asumen esos actos como absolutamente normales y que creen que la anomalía está en perseguirlos.

Y es entonces cuando entran serias dudas de si la perversión es de unos pocos o si estamos ya tan fregados como afirmaba mi padre.

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