Víctor Ferrigno F.

En el marco de la actual crisis político-institucional del Estado, pareciera ocioso analizar la política exterior de Guatemala, pero la segunda potencia económica del mundo, China Popular, ha entrado en una nueva era, que incidirá en el devenir del planeta, siendo necesario conocerla y tomar una postura ante ella.

Entre el 18 y el 24 de octubre pasado se llevó a cabo el XIX Congreso del Partido Comunista de China (PCCh), durante el cual se redefinió el futuro de esta pujante potencia, y Xi Jinping fue consagrado como el líder más poderoso desde Mao Zedong, comprometiéndose a dirigir a la República Popular China (RPCh) hacia una nueva era de poder e influencia internacionales.

A tal grado ha llegado la autoridad del líder, que en la ceremonia de clausura del Congreso se anunció que el pensamiento Xi Jinping sobre el “socialismo con características chinas para una Nueva Era… constituye (una de) las guías de acción del partido”. Semejante distinción lo equipara al Gran Timonel, Mao Zedong, y refleja la enorme cuota de poder que ha acumulado, en el país más poblado del mundo, donde la política permea la economía, el ejército, la sociedad y la cultura.

Los siete miembros electos del nuevo Comité Permanente del Politburó tienen más de 62 años, por lo que no serán elegibles para convertirse en Secretario General del partido dentro de cinco años, posibilitando a Xi un tercer mandato hasta 2029, algo sin precedentes, pudiendo seguir a la cabeza de la RPCh toda una generación.

Previsiblemente, Jinping nunca iniciará el desmantelamiento del Partido Comunista y la maquinaria estatal, y el país seguirá teniendo una economía dirigida y controlada por el Estado, con los sectores clave de la economía de propiedad pública y controlada por la elite del PCCh, con 100 millones de miembros.

Es muy remoto que el gran capital privado internacional pueda cambiar esta realidad en el mediano plazo, por dos razones estructurales: a pesar del exponencial crecimiento económico chino, la inversión extranjera directa (IED) es decreciente, y en 2016 apenas superó el uno por ciento del PIB.

La segunda razón es que en China, el volumen de reservas de activos productivos públicos es tres veces mayor que los activos del sector capitalista privado. En EE. UU. y el Reino Unido, los bienes públicos representan menos del 50% de los activos privados, por lo que las trasnacionales mandan. Además, los bienes públicos chinos tienen un valor 150% mayor que su PIB anual, mientras los de EE. UU. apenas alcanzan el valor del 50% de su PIB.

Mientras la Unión Europea se fragmenta y EE. UU. declina económica, política y militarmente, la República Popular China será la primera potencia económica en 2050, según estimaciones de la CIA. Esto debido a que su economía es creciente, soberana y estable. Además, bajo Xi, tiene como objetivo mantenerse como el centro manufacturero mundial, y ocupar un lugar destacado en innovación y tecnología para competir con las economías capitalistas avanzadas dentro de una generación.

Con un bajo índice de pobreza del 3.6%, cuenta con una población alfabetizada y capacitada, y el 77% de la gente está satisfecha con su gobierno, según el Centro de Investigación Pew, de EE. UU.

Su talón de Aquiles es la contaminación, la concentración de riqueza y la corrupción, cuyo combate es la segunda tarea nacional, penada con cadena perpetua. Desde 2012, han enjuiciado a 2 millones de funcionarios, repatriando a 2,566 fugados a China, logrando el apoyo del 92% de la ciudadanía.

Ya es hora que Guatemala establezca relaciones diplomáticas con la República Popular China, y aprenda que hay otros modelos de desarrollo, con justicia y dignidad.

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