En materia religiosa somos respetuosos de la libertad de cultos y creemos en la separación entre el Estado y la Iglesia, pero en los temas de vida nunca hemos ocultado nuestra identificación con las enseñanzas de la Iglesia Católica, especialmente en lo que se relaciona con la doctrina social y, desde luego, con su prédica sobre la ética. Entendemos que aún siendo institución de Dios, está formada por seres humanos y por ello hay errores que no se pueden tapar ni ocultar por un torpe espíritu de cuerpo.

En ese sentido nos ha maravillado la enseñanza simple y a la vez de enorme profundidad de Su Santidad el Papa Francisco, quien ha sido tan honesto en sus planteamientos que los ultraconservadores despotrican contra él diariamente en las redes sociales. Ayer celebró misa en la Casa Santa Marta y advirtió contra la tentación de caer en la corrupción diciendo que los cristianos no pueden permitirse ser ingenuos y que “ante la astucia de la corrupción, se debe responder con la astucia cristiana.”

La corrupción se ha convertido en una tentación que aparece por todos lados y que, a fuerza de que hay gente como nuestro Presidente que la entienden como cosa “normal”, se termina cayendo en ella a veces sin entender la dimensión de lo que se está haciendo. En Guatemala, donde se empezó a ver hace muchos años las ventajas que obtenía quien sabía financiar a políticos ganadores, se desarrolló una creencia entre muchos de que ese era realmente el camino a la prosperidad y llovían los aportes aún sabiendo que muchos de ellos no eran siquiera para la campaña, sino para engordar la billetera de los candidatos.

El Papa Francisco tiene bien tomada la medida de la corrupción y advirtió sobre el poder de los corruptos y el mal que pueden hacer. “Son poderosos… van hasta el fondo de su corrupción e incluso pueden terminar desarrollando actitudes mafiosas”, añadiendo que la parábola del administrador corrupto no es una fábula, no es una historia antigua sino algo que encontramos en los periódicos todos los días e hizo referencia especialmente a los funcionarios y ladrones de “guantes blancos”.

La tentación es muy fuerte y todos estamos expuestos, pero más cuando no hay certeza de castigo y la impunidad se convierte en aliciente para estimular las malas prácticas que empobrecen a la gente. Pero también puede haber ingenuidad entre quienes no entienden el perverso efecto de una corrupción que mata, que roba oportunidades a la gente y que destruye la moral colectiva cuando parece bendecida por uno que otro prelado.

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