Cuando se abre una Caja de Pandora pueden surgir muchas sorpresas y, por supuesto, aparecerán viejos y olvidados esqueletos cuyo resurgimiento puede poner a temblar a poderosas estructuras de poder. Las declaraciones de la señora Alejandra Reyes respecto a sus conversaciones con su pareja, Byron Lima Oliva, no sólo tienen en vilo a los que ya están sentados en el banquillo de los acusados sino a otros por hechos ocurridos hace mucho tiempo y que, dentro de la tradición criminal de Guatemala, nunca fueron suficientemente investigados.

Se cuestiona el papel de los colaboradores eficaces no sólo porque se les califica de “sapos”, término popularizado por los grupos del narcotráfico para llamar a los delatores, sino también porque obtienen beneficio con reducciones de penas que compensan su declaración. El hecho es que en el mundo entero los sistemas judiciales operan de esa manera y no es ilógico ni descabellado que quien admite su responsabilidad en los hechos y, además, proporciona informaciones trascendentes para perseguir a otros delincuentes reciba esos beneficios. Por supuesto que se tiene que verificar cada una de las afirmaciones que hacen los colaboradores eficaces para evitar anomalías que pueden ir desde venganzas personales hasta ceder a presiones de los acusadores y de allí que las garantías del debido proceso sean fundamentales para permitir la defensa de todos los que resultan sindicados.

Es absolutamente reconocido el papel que jugó Byron Lima en el control de las prisiones desde hace mucho tiempo, pero que acrecentó a niveles institucionales durante el gobierno del Partido Patriota. Se encontraba preso por haber sido condenado por la muerte del obispo Juan Gerardi Conedera, responsable de la publicación del recuento de la memoria histórica sobre el Conflicto Armado Interno, pero el caso como tal nunca fue esclarecido porque jamás se investigó si hubo orden superior que marcó el accionar de Lima y del especialista Villanueva, ambos condenados por el caso.

Desde aquellos aciagos días, cuando se perpetró el crimen, fue evidente una campaña de desinformación que incluyó al menos la edición de un libro financiado por grupos de poder para desviar la atención de los verdaderos móviles. Algunos sospechan que fue un crimen político y otros sostienen que Gerardi murió por haber descubierto una relación pasional de su asistente en la parroquia de San Sebastián.

El hecho es que las declaraciones de Alejandra Reyes plantean un nuevo escenario que es uno de esos viejos esqueletos que salen de la Caja de Pandora y habrá que ver el curso de las investigaciones para ver si se logra, al fin, esclarecer ese crimen de altísimo impacto.

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