Sandra Xinico Batz
sxinicobatz@gmail.com

La tendencia de este país en ser racista. Racismo que despoja el territorio porque el territorio es tierra e identidad, es sustento, es historia. Los desalojos son una expresión racista de este país porque buscan matar a los pueblos, a nuestras formas de vida, de a pocos. Con el despojo de la tierra, se quita la herencia, el alimento, la conexión histórica con nuestras antepasadas y nuestros antepasados.

El territorio es el espacio-tiempo en el que se desarrolla la existencia de los pueblos. El sentido de nuestras culturas (y sus distintas manifestaciones) es esta existencia. Por esto para el genocidio ha sido fundamental la tendenciosa continuidad del despojo y el desplazamiento forzoso, porque al arrebatar y/o destruir el territorio se destruye también la cultura, las creaciones, los patrimonios.

Cientos de personas deambulan de un lado a otro por esto, por el racismo de este país. Niños enfermos y desnutridos que viven en las intemperies o entre los montes, huyendo de un Estado que les acosa, sin otorgarles ninguna oportunidad de algo, como en los tiempos del Conflicto Armado Interno.

Ahora mismo, siguen quemando sus casas, sus animales, sus cultivos. No basta con quitarles su hogar porque hay que destruirlos. Acá no se trata de imaginarse el trauma que esto provoca, porque decenas de familias lo están viviendo hoy. Es real y se hace pasar por “invasiones”. Los pueblos que hemos habitado estos territorios por miles de años somos ahora los “invasores”.

Un Estado que tiende a violentar a los pueblos y a proteger a los ricos no es de bienestar y tampoco es nuestro (aunque así lo quieran). Mientas que los salarios de muchos no alcanzan ni la canasta básica, los funcionarios públicos se hartan salarios de más de noventa mil quetzales al mes y aun así su desempeño es mediocre y están a la disposición del mejor postor.

Mientras que unos son los dueños de la finca, muchos otros son quienes mantienen con su trabajo las riquezas de esos dueños. Mientras que unos pueden darse el lujo de pagar hasta ocho mil dólares (o más) de renta por un apartamento en la ciudad, muchos otros no tienen ni 20 quetzales para sobrevivir hoy y toda su casa es una champa.

Tendemos socialmente a creer que el pobre es pobre porque quiere, aun siendo nosotras mismas y nosotros mismos pobres a pesar de trabajar día y noche. Nos tragamos el cuento de que todo lo que deseamos con esmero es posible cuando en realidad no se puede desear nada más que comida cuando se tiene hambre.

Miles de personas tienen hambre en este país. Hambre de alimentos, de justicia, de paz, de esperanza. Esperanza en que despertaremos y en que ya no esperemos nada de quienes nunca nos han dado nada más que dolor y muerte: el Estado y los ricos. En lugar de esperar construiremos una y las veces que sean necesarias, lo que será nuestro, para quienes nunca les han dejado tener nada.

 

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