Mario Alberto Carrera
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Sábado 10 de febrero de 1996
Primeras semanas de su entronización. Álvaro I pasea por los caminos de ¡su!, La Antigua. Y como efecto de aquel malhadado y trágico desfile de su señoría, yo publiqué un artículo en el viejo Siglo XXI (columna trisemanal) titulado ¿Un magnicidio a Picopazos? en cuyas partes conducentes, y resumidamente, decía cosas como estas que reproduzco como una promemoria para usted, lector:

El señor presidente de la República, don Álvaro de Arzú y Contreras de Alvarado –como un rey sol– cabalgaba el domingo en altivo corcel, porque todo ha de parecerse a su dueño. Víspera de la llegada del Papa. Como lo estilaba le roi seleil. Con un aparato y un séquito digno, asimismo, de Jorge Ubico y sus apestosas motocicletas Harley Davidson, en los legendarios “Viajes Presidenciales”, tan bien escritos por su lacayo Federico Hernández de León, alias Chibolón. Dignos digo de aquel autócrata y no de un Presidente finisecular que se las da de demócrata del diente al labio.

Cabalgaba el señor de Panchoy, de Almolonga e Irigoyen por un camino público y no privado cuando ¡de súbito y ante el indignado asombro de la real caravana!, se aparece Pedro Haroldo Sas Rompiche, en su destartalado picop repartidor de lácteos, sin sospechar que aquel sería el último de sus días y que se iba a topar con algo más poderoso que la Iglesia del alucinado don Quijote.

De acuerdo con la surrealista y prepotente seguridad de Arzú Irigoyen y la idiosincrasia de la irrespetuosa psicología kaibilera de la corte presidencial, Sas Rompiche debió pararse ¡en seco!, para que el áulico cortejo del sultán criollo siguiera disfrutando de los paisajes que rodean la dormida y soñolienta ciudad de los encomenderos capitanes del reino. Gozando del Paraíso aromado y sin polvo de picopes estruendosos y sin molestias –tan siquiera– oculares. Y así, el Presidente, su señora y sus coleros continuarán en el disfrute de todo lo ancho y largo del sendero de herradura.

Pero Sas Rompiche que estaba acostumbrado a andar por esos caminos del Señor –sin ataduras ni sustos ni edecanes furiosos como canes cancerberos– no se detuvo y allí se inició el desenlace trágico, no para el señor Presidente y su engallotada comitiva, sino para las “Pobres Gentes” y para “Los Condenados de la Tierra”.

El saldo fue espantoso. En el acto uno de los choleros presidenciales –Obdulio Villanueva y por un poco también Byron Lima– acabó con el “impertinente” lechero: la muerte de un inocente que fue asesinado a sangre fría ante los complacidos ojos del Señor y la Señora.

Desarmado como estaba, Sas Rompiche no iba a intentar un magnicidio. No iba a acabar a picopazo limpio con el mandatario. Eso no cabe en la cabeza ni de la Cucaracha Mandinga. En el asesinato de Sas Rompiche hubo premeditación, ventaja, alevosía. Y, sobre toda, la crueldad del que se cree ¡paranoico!, por encima de todos y también de su Ejército que le corresponde en altanería. Yo estoy esperando que Álvaro Arzú le presente disculpas a la familia del asesinado y lo indemnice. Desde luego, Obdulio Villanueva (especialista) debe ser juzgado con todo el peso de la ley y su cómplice Byron Lima (oficial).

No se mata gente decente y trabajadora por los caminos como si fueran iguanas o tacuazines.

18 de octubre de 2017
Hurgo y hurgo entre mis archivos como un ratonón-escorpio entre los papeles, buscando viejas cosas que escribí sobre el adelantado Irigoyen. Y doy asimismo con unos artículos sobre el asesinato de Gerardi, donde metieron las manos Pérez Molina, Arzú, Lima y Villanueva. Se los comparto en la próxima columna, lector.

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