Eduardo Blandón

Una de las cosas maravillosas que ha ofrecido la tecnología a la academia es la facilidad de encontrar información de manera casi inmediata.  Lo que en el pasado era tarea ardua debido al tiempo para llegar a la biblioteca, el aprendizaje para ubicar los textos, la afiliación a la institución y las dificultades de horario, en la era digital muchas cosas se han “descomplicado”.

Eso ha modificado la función del profesor en las aulas y ha promovido formas creativas para llevar el conocimiento hasta rincones ignotos.  Veamos el primer caso.  Como dicta la experiencia, el profesor ha dejado de ser el centro en el aula.  Ya no tienen sentido esos salones al mejor estilo de ágoras griegas donde el profesor dictaba “ex cathedra”.  Ese lugar ejercido a veces por tiranos que acostumbraban a humillar al «discente».  El estudiante apabullado por la cultura supuestamente elevada y proclamada casi como sagrada.

No es que el profesor sea irrelevante y sustituible.  Sigue siendo protagónico, pero como motivador, creador de espacios de participación y diseñador de momentos significativos de aprendizaje.   El director que, tras bambalina, estimula a los actores para sacar provecho del guion.  Un artista que facilita dando pistas y sugiriendo, compartiendo la propia experiencia para beneficio de las personas a quienes se debe.

En ninguna manera «el director», según la vieja usanza.  Ni siquiera “el maestro”, en consonancia también con la vieja tradición.  El profesor pasa a servir a los estudiantes en función de su crecimiento, atendiendo el desarrollo en todas sus dimensiones.  Nada de eso se puede hacer en el ejercicio del poder, dirigiendo, ordenando y mandando.  Por ello, la tarea no la puede ejecutar cualquiera y la selección de docentes debe ser rigurosa.

Sin embargo, no vemos el rigor únicamente desde el ámbito intelectual.  Eso está por descontado y no parece tener discusión.  La cualidad primaria de un maestro consiste en la competencia intelectual, esto es, la apropiación de conocimientos.  Pero más allá de ello, que debe aderezar con cualidades didácticas que también debe ejercer creativamente, se encuentra el perfil humano.  Dicha característica no es negociable y dicho a la antigua es “conditio sine qua non” para quien aspire a ejercer semejante misión educativa.

 

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