Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt
@ppmp82

No es secreto para nadie que la situación económica es algo que nos debe preocupar porque nuestra falta de tino para tomar las decisiones trascendentales que el país necesita nos ha pasado, nos pasa y nos pasará factura para atraer más inversión seria y así lograr un componente más de los tantos que necesitamos para lograr un desarrollo humano sostenible de nuestra gente.

No deja de ser una gran paradoja, sobretodo en esta crisis, que muchos de quienes más alzan sus voces en torno a la creciente preocupación por la situación económica del país, sean aquellos que llaman a defender las instituciones de una manera tan gris que fácilmente, se entiende como una defensa al sistema que ha rendido tantos frutos para algunos y tanta miseria para otros.

Lo que está en juego es el modelo y lo que las personas que vociferan su hartazgo por el sistema desean, es justamente, cambios en ese sistema que ha permitido tener una estructura en la que la cooptación ha sido el resultado gracias al gentil patrocinio de los partidos empresa y el financiamiento electoral ilícito, entre varios factores.

Desde hace varios meses inicié un esfuerzo personal por dialogar con personas de diferentes ideologías y eso me llevó a platicar con algunos de los meros meros y en todo momento expuse la necesidad de ver el cambio como un tema económico (en especial para aquellos que asumen el cambio por razones de justicia como un pensamiento de izquierda), porque en la medida en que más gente esté empoderada con oportunidades, todos tenemos la posibilidad de crecer de forma personal, familiar y empresarial.

Entendí en algunos casos y así lo dije de frente, que se quería servir a Dios y al diablo, es decir, no veía mucha coherencia cuando hablaban de luchar contra la corrupción, pero sin tocar las partes medulares que facilitan los vicios y por eso siempre usaba el ejemplo del narcotráfico, puesto que estoy convencido que sin un cambio de reglas, persistirán los negocios, los mañas y la porquería aunque solo vayan cambiando de manos.

La corrupción y el combate de las mañas no es un tema de ideología, es una cuestión de principios y así lo debemos entender. Nunca tendremos una mejor Guatemala si la seguimos teniendo encadenada a los vicios y nunca tendremos esa boyante economía si pretendemos borrar del mapa al pobre, al indígena o al que no ha tenido oportunidad. El cambio en el desarrollo humano de la gente pasa por asegurar los votos en cosas que hoy no se ven pero que son la llave del futuro (educación, salud, seguridad, justicia, transparencia, etc.).

A mí también me preocupa el rumbo económico del país, de las empresas, pero sobre todo el de las familias y particularmente de aquellas que siempre han conformado el círculo generacional de la pobreza. Si queremos ser un modelo de economía, debemos entender todos (mayormente los que tenemos oportunidades) que debemos trabajar por derrumbar este modelo, quebrar este sistema para que unas nuevas reglas (en sistema de compras, rendición de cuentas, contratación de personal estatal, romper el monopolio de los partidos para nominar candidatos) nos permitan componer el rumbo y de paso nuestra economía.

Seamos un país en el que nos levantamos o nos caemos juntos sin dejar a nadie atrás.

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