Juan José Narciso Chúa

La coyuntura política para muchos se orienta hacia la necesidad de un diálogo y así “resolver” la crisis, de hecho, ciertamente se necesita repensar la conducción política de nuestro país y con ello cuál podría ser el derrotero de nuestra sociedad. No cabe duda que el diálogo constituye una condición imprescindible en tiempos de crisis, es la forma más civilizada de enfrentar situaciones que afectan nuestro futuro.

Desafortunadamente tenemos que aceptar que, durante los últimos 32 años del período democrático, nos han mostrado que todos los intentos de diálogo o todos aquellos espacios para delinear acuerdos o buscar o negociar pactos básicos han fracasado. Es indudable que nuestra propia democracia hoy muestra serias señales de agotamiento como modelo de cohesión social. Si lo vemos retrospectivamente el único pacto social que hemos suscrito ha sido la actual y vigente Constitución Política, la cual fue signada en 1985. Luego ha habido cambios en la Constitución, pero los mismos han adolecido de un grave error de fondo: han sido impulsados con intereses económicos y políticos de fondo, tal es el caso de las reformas constitucionales de 1993.

Los movimientos ciudadanos de la plaza de 2015 mostraron un aspecto que es necesario subrayar, fue la propia sociedad urbana y rural que manifestó claro y alto, que se necesitaban cambios de fondo en la gestión política y económica de nuestro país. Sin duda la indignación representó el telón de fondo de estas movilizaciones, todos buscaban salidas, todos planteaban posibles rutas, todos señalaban cambios de fondo que podrían modificar el balance social, político y social de nuestro futuro. Esta coyuntura sin duda, constituyó una enorme oportunidad para nuestro país y así lo quiso manifestar el pueblo en sus distintas manifestaciones.

Desafortunadamente las elecciones constituyeron un distractor incómodo, pues su cercanía era inmediata y ahí muchos creyeron y otros aprovecharon. Los que creyeron, pensaron que las mismas oxigenarían el ambiente enrarecido, así como provocarían que el régimen que asumía, traduciría el malestar de la plaza y lo volcaría como su plan de trabajo en reformas inmediatas y otras de mediano y largo plazo. Los que aprovecharon las elecciones, sabían muy bien que con las mismas también se aliviarían las tensiones, pero aún más, les daría tiempo para reorganizarse, replantearían sus estrategias y de paso cooptarían al nuevo gobierno, para que al final no ocurriera nada.

No tengo duda que ganaron los segundos. La verdad se fue develando poco a poco con un nuevo régimen timorato, gris, sin luces y extremadamente limitado en su capacidad de gestión. El cerco del novel gobierno fue inmediato. Militares de viejo cuño y que todavía transpiraban contrainsurgencia, sumado a sus viejos intereses de visualizar el Estado como el patrimonio del cual se hacían millonarios, constituyeron el primer círculo que cerró las posibilidades de capitalizar las demandas de la plaza. Un segundo círculo se constituyó por empresarios tradicionales y emergentes, con un interés común, evitar que ocurrieran transformaciones de fondo en la estructura política, sumado también a sus viejos intereses de controlar instituciones como el Ministerio de Economía y Finanzas Públicas, así como sumar aliados en Agricultura y mantener a su otrora aliado a Defensa.

El tercer círculo, era más perverso. Estaba conformado por disímiles intereses y facciones que preveían la necesidad de romper con la presión de la CICIG y el MP, para restaurar o recuperar su viejo control de la impunidad, asegurándose que no hubiera ni juicios, ni mucho menos procesos, que afectaran a sus propios aliados -empresarios tradicionales y emergentes o militares que lucharon en la contrainsurgencia-.

Todo ello provocó un régimen sin sustentación política sólida, una gestión errática, resultados ínfimos y una desacreditación del binomio presidencial, quienes muestran su desconocimiento, su carencia de capacidad para articular acuerdos políticos, pero además un Presidente lleno de dudas, ignorante de la realidad política, social y económica y sin capacidad de encontrar puntos de convergencia con otros actores sociales y que olvidó y sepultó para siempre, los gritos y demandas de la plaza de 2015.

El mandatario le volteó las espaldas al pueblo y se desenmascaró completamente, mostrando su peor faceta: un incondicional de la corrupción y la impunidad, quien hoy únicamente se le ve cuando se reúne con aquellos grupos del más nefasto cuño antidemocrático, aquellos que han permanecido en la sombra política, los mismos que nunca han pagado impuestos, los de siempre que ven “comunistas o rojos” en todos lados y esos que hoy constituyen el frágil piso de este régimen.

¿Y el Congreso de la República?, ni hablar, qué más se puede señalar de un organismo que ha vivido del propio patrimonio del Estado y de sus comisiones para no pasar leyes o impulsar otras en forma inmediata -como las reformas al Código Penal del oprobioso 13 de septiembre pasado-. Entonces, en estas condiciones: ¿cómo será posible sentarse a dialogar, con quiénes y de qué? Creo que debe haber depuración primero, luego diálogo y acuerdos.

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