Eduardo Blandón

Una de las maravillas de tener una familia numerosa consiste en la posibilidad de convivir con tantas singularidades como personas existan. Mi tío Mercedes, por ejemplo, es un caso prototípico de lo que hablo porque sus cualidades de genio y figura quizá superen las fronteras de la muerte y lo conviertan en una especie de mito digno de la posteridad familiar.

Entre las gracias de mi tío Mercho (así le decimos en la familia) está en que es curandero. No creo que haya terminado la secundaria, pero mi tío es el médico de abundantes campesinos que lo buscan para encontrar cura a sus enfermedades. Tiene prestigio en la zona interior de Nicaragua y lo atestigua el tumulto de gente urgida de sus pociones que se aglomeran en su casa de Chontales.

Se querían mucho con mi padre y no deja de lamentar su muerte. “Si hubiera tomado mi remedio, no estuviéramos aquí”, me dijo para su funeral. Le expliqué que lo tomaba, pero que igualmente había sido un cáncer atroz, en la próstata, los huesos, el pulmón y, por último, en el cerebro. “Yo tengo la cura para el cáncer”, insistió.

No sé si mi tío me cree, pero mi padre sí tomó sus menjurjes. Una cosa horrible que don Mercedes decía extraer de la culebra cascabel. Así mi padre se trataba sofisticadamente en los Estados Unidos y, a la vez, estaba en manos del curandero familiar. Una vez le preguntó al oncólogo si había problema en hacerlo y el sabio le respondió: “tome lo que le dé la gana, pero no suspenda mi medicina”. Y así lo hizo hasta que ya no pudo.

Entre tantas otras gracias de mi tío (es adivino, psicólogo, habla con los espíritus, lee las cartas, es astrólogo, filósofo, sabio, chamán, etc.) consiste en que aún con los ochenta y tres años, parece no envejecer. “Tiene pacto con el diablo”, murmuran algunos. “Es la reencarnación de Dorian Gray”, ríen otros. Y, aunque es apenas cierto, se ha encargado de dar pábulo al rumor. “Yo tengo la fórmula de la eterna juventud, me aseguró, pero la revelaré hasta que muera”.

Historias van y vienen cuando hay familias numerosas. En ellas hay curas, militares, abogados, doctores. Hay lugar para “los buenos para nada”, los vagos y también los políticos. Siempre hay locos, medio locos y los que por oficio tienen que fingirlo, los escritores, poetas, narradores y cuenta cuentos. Vivir la diversidad atestigua la fantasía creadora de este parque humano.

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