Ayer, Edwin González se desmoronó al suelo para llorar tras ser testigo del asesinato de su hijo, David, a un costado del Parque Colón donde ambos trabajaban como pilotos de mototaxi. La escena fue desgarradora y refleja ese punzante dolor de una violencia que no nos ha abandonado por décadas y con la que muchos han aprendido a ser tolerantes.

Por otro lado, vemos las sonrisas descaradas de quienes han sido los beneficiarios de la corrupción y que al mismo tiempo que se quieren presentar como paladines de la honestidad y la transparencia, no cuentan que patinan en porquería para poder avanzar en sus movimientos que terminan siendo fachadas de la política tradicional. Lanzar campañas con fondos de corrupción es lavar dinero igual que periodistas de investigación que son muy buenos en general, pero que “no se dan cuenta” cuando su socio y ministro usa sus revistas y canales para cobrar mordidas en forma de pauta.

Mario Taracena quedó hasta grabado mientras planteaba cómo hacer el secuestro institucional del Tribunal Supremo Electoral y “parte sin novedad”. Ni él, Arzú, Linares o los otros legisladores han tenido que someterse al escrutinio social. Simplemente se quedan callados y todo pasa. El mismo Tribunal Supremo Electoral actúa más como un club de amigos que pueden medir con distintas varas. Resulta que con FCN Nación y con la UNE sí se puede tolerar ilegalidades, mientras que con otros partidos no. ¿Qué tendrá la UNE que siempre está bien parada en temas de impunidad?

Y por eso es que no podemos pensar que hemos cambiado. La elección pasada fue con financiamientos ilegales, conformación de listados viciados y la final selección de quienes ya sabemos que nos representan en el Congreso y el Ejecutivo. Un desastroso error de la sociedad. Ahora viene la designación de quien debe dirigir la Fiscalía General para el próximo período y se realizará bajo el sistema en que los señalados e investigados (funcionarios del Ejecutivo y el Congreso) seleccionarán a quién los persiga penalmente. ¿Qué podemos esperar de eso?

En el fondo somos, como sociedad, los principales responsables de haber aprendido a convivir con los corruptos y los asesinos en lugar de enfrentarlos y señalarlos con la energía de quienes están comprometidos con un mejor futuro para el país. Guatemala no habrá cambiado mientras sigamos mostrando tanta indiferencia ante el dolor de don Edwin González o ante el descaro de Taracena y compañía, la complicidad de los magistrados del TSE y que se rían en nuestra cara los que se benefician de la corrupción.

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