Luis Fernández Molina

El camino de Occidente sigue siendo un bello recorrido a pesar de nuestros arduos esfuerzos en deslucir nuestra campiña. Entrando a la cabecera departamental de Chimaltenango debemos hacer una pausa forzada, oneroso tributo a nuestra indolencia como ciudadanos. Siendo que la velocidad se reduce podemos contemplar a ambos lados unas fábricas artesanales de ladrillos, tejas y otros productos de barro cocido. A pesar de los avances tecnológicos, continúan utilizando los métodos ancestrales: enmarcan el barro en los marcos, les dan un primer secado al sol y luego los introducen en los hornos, también de ladrillo, en donde se queman por varias horas hasta quedar como piezas firmes. Es, en el fondo, una actividad extractiva toda vez que toman de ciertos sectores el lodo -talpetate- para hacer la mezcla que constituye la materia prima. Igual pude apreciar en Sacapulas, camino a Nebaj, cómo productores de «sal negra» tomaban arena y tierra de las márgenes del río Negro para cocerla y extraer la característica sal negra de la montaña. Es también una actividad extractiva como también las salinas en los litorales de Santa Rosa o Retalhuleu que toman la sal de las aguas marinas. En Purulhá se aprecian algunos hornos que «cocinan» piedras calizas y producen cal y elevando la mirada en Pasabién vemos los caminos que escalan la montaña para extraer mármol. Por su parte quienes procuran agua para sus regadíos están, literalmente, «extrayendo» agua del subsuelo o de capas superficiales y las conducen según sus necesidades agropecuarias.

Las edades históricas, a lo largo de los siglos, se caracterizan por el material extraído: edad de piedra, de bronce y de hierro. Es que los seres humanos, desde que nos posesionamos de esta bella tierra, hemos sido extractivos. Hemos tomado de nuestro alrededor todo aquello que nos ha servido a nuestros propósitos, primero de supervivencia, luego de comodidad y por último de enriquecimiento. Dejo por el momento de lado la explotación de los seres orgánicos como los árboles para obtener madera y leña, algunos mamíferos para utilizar su cuero o de las ballenas para obtener aceite, quiero referirme a la explotación inorgánica o mineral.

La cuenca del Motagua fue un emporio industrial precolombino, allí se producían los insustituibles objetos de obsidiana (recordemos que no había metales) y el jade. La ciudad de La Antigua nos embelesa con sus calles de piedra, piedras que se tomaron de algunos ríos a diferencia de los empedrados y construcciones de Xela que tienen la suerte de contar con canteras en las cercanías. En la citada Antigua casi no hay construcciones de piedra por la sencilla razón no había provisión cercana; en sus primeros años, allá por 1550, trajeron varios pedreros mexicanos, pero vinieron solo a pasear o ayudar a los conquistadores -ya en su fase de asentamiento- a buscar oro o plata. Había muy poco y era laborioso procesarlo.

Quiero matizar algunos aspectos: a) Abundancia; b) Procesamiento; c) Contaminación ambiental; d) Comercialización; d) Propiedad y riqueza. En cuanto a la abundancia, es claro que algunos materiales son tan abundantes que virtualmente son inagotables, como el agua salada de los mares. A nadie se le va a señalar que está «agotando» las reservas mundiales y no va a dejar nada para el futuro. No sucede lo mismo con el agua «dulce», hasta hace medio siglo nadie reparaba en un posible agotamiento -de los recursos hídricos, «están allí y siempre van a estar»; vemos, sin embargo, que la realidad nos da una lectura diferente, ahora escalofriante. El barro con que hacen los ladrillos en El Tejar es también un material muy extenso (continuará).

Artículo anterior¿Era la tacita de plata o de ca…?
Artículo siguienteJosé Saramago: Todos los nombres (XLVIII)