Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt
@ppmp82

El actuar de las pandillas es una constante fuente de dolor, indignación, frustración, tristeza, enojo, rabia, preocupación y mil adjetivos más para millones de personas en Guatemala, donde ayer asesinaron, entre otros a un investigador de la PNC, y alrededor del mundo, tanto así, que el presidente de los Estados Unidos y amigo de Vladimir Putin, Donald Trump y su, por el momento, Fiscal General Jeff Sessions han anunciado que emprenderán acciones en contra del proceder de las maras.

Reprimir a las maras y perseguirlas dentro del marco de la ley es fundamental porque tantas acciones que afectan a terceros y que siembran tanto terror por doquier no pueden quedar impunes, pero es bien importante entender que tales medidas deben ser solo una parte (fundamental, claro) de las herramientas que necesitamos para enfrentar a quienes practican el terrorismo en nuestros países.

Hace unas semanas, una opinión titulada “En busca de los asesinos de mi padre”, publicada en Plaza Pública y escrita por Edwin Kestler, ejemplificó el drama de una persona que sufrió los embates de la violencia y que terminó entendiendo que para lograr que más personas dejen de sentir el dolor que él vivió con la eliminación de su padre, es necesario que podamos generar más oportunidades para todos aquellos que se terminan quedando atrás.

Excusar la violencia nunca debe ser el camino, pero entenderla y conocer las raíces de los problemas sí es necesario si de verdad deseamos dar soluciones integrales a un problema monstruoso. El chapín es trabajador y luchador por naturaleza y de eso tenemos millones de ejemplos y en ellos también se incluyen los que a pesar de las adversidades y de la falta de oportunidades, terminan “haciendo algo” para subsistir día a día, aunque no tengan opción de planificar un futuro porque simplemente no creen en el mismo pues no lo ven realizable.

De esa gente hay en el país y la hay entre quienes han migrado en busca de las oportunidades que no les dio su tierra, pero también hay varios miles que ante la falta de salud, de educación, de un hogar integrado, de oportunidades y viendo los réditos que da un sistema de impunidad y corrupción, han utilizado la violencia, la muerte, las extorsiones para agenciarse de recursos por las malas y al margen de ley.

Esas personas que “incursionan en el crimen” cruzan un umbral que hace difícil (no imposible) su recuperación social en términos generales, pero en las condiciones de Guatemala y dada la descomposición de los sistemas de reinserción, es aún más complicado. Combatir a quienes viven de la violencia es como hacerlo con el narcotráfico o las redes de corrupción, puesto que si no cambian las bases, las reglas y las oportunidades, se capturan algunos, pero el negocio y las formas persisten y solo se van llenando los vacíos de poder que dejan las capturas.

Y de esa cuenta es que tenemos que entender que el tema de la violencia es un tema de certeza del castigo, de menos impunidad y corrupción, pero también pasa porque seamos capaces de generar más oportunidades. Enfrentar la violencia pasa por cambiar las reglas de un sistema que se asegura dejar a millones atrás, de los cuales la gran mayoría opta por luchar desde el lado del bien, mientras miles deciden hacerlo por el lado del mal, generando mucho más ruido, dinero, pena y dolor que los millones que lo hacen bien.

Hay que enfrentar y reprimir el actuar delictivo, pero hay que entender que esa medida aislada no basta, no resuelve el problema de fondo. Hay que entender que seremos un país con menos violencia cuando existan más oportunidades y cuando nuestro sistema de justicia se logre liberar de las mafias que lo tienen secuestrado.

Dios tenga en su gloria a quienes han caído y a las familias que sufren.

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