Juan Francisco Reyes López
jfrlguate@yahoo.com

La vida de los seres humanos tiene diversas etapas: la niñez, la adolescencia, la etapa adulta y la tercera edad.

Dios no les otorga a todas las personas el vivir todas las etapas; quienes tienen esas vivencias son personas que adquieren mucha experiencia. No todos viven en un mismo mundo económico y social, ni tienen la oportunidad de  las mismas vivencias.

Dios me concedió vivir todas las etapas que he mencionado, las cuales han transcurrido en Guatemala y en diferentes países, lo que me ha permitido tener vivencias y experiencias que sin duda alguna se convierten en una obligación que debo de entregarle a mis compatriotas,  en especial a quienes se encuentran cerca mío y me rodean.

Cuando uno conversa con guatemaltecos de todos los niveles económicos y sociales, la mayoría considera que nuestra patria, en este momento, está dentro de un río revuelto, entrando en un diluvio o en un maremoto social, político y económico.

Esta situación nos obliga a todos, especialmente a los que hemos vivido toda una vida, a realizar un análisis, a reflexionar y derivado de ello plantear sugerencias para que todos analicemos y meditemos qué podemos hacer, cómo podemos contribuir para el bien de nuestra sociedad en general, y en particular para nuestra familia.

Mis criterios y opiniones no son cantos de sirena. No tengo, ni pretendo tener una irresistible voz melodiosa, que hipnotice a hombres y mujeres y que con ello trate de convencerlos para que hagan caso y así obtener un beneficio personal o un objetivo particular, que no sea necesariamente algo bueno y adecuado sino por el contrario sea la manera de llevar agua a su molino en beneficio de su grupo o de su tendencia económica política y social.

Los primeros veinte años de mi vida, tuve la dicha de nacer y de crecer en un hogar de clase media, mi madre y mi padre trabajaban cada uno extensas jornadas.

Asistí a un colegio donde los principios y valores eran fundamentales, el cual era propiedad del Arzobispo Monseñor Mariano Rossell y Arellano, cuya directora, Josefina Alonzo, así como el claustro de docentes se dedicaban a formar y a enseñar.

Como lo he indicado en otras oportunidades, el Colegio San Sebastián tenía incorporado a muchachos indígenas, del Instituto Santiago, que venían de todos los departamentos del país, lo cual permitió, sin darnos cuenta, que los alumnos viviéramos en una permanente integración étnico social, sin prejuicios. Éramos niños y adolescentes que compartían clases, deportes y actividades seis días a la semana, y que el día domingo todos asistíamos a Misa a la Iglesia Catedral.

Adicionalmente teníamos una educación cívico militar, con instructores provenientes del Estado Mayor Presidencial, a lo que debo de agregar que tuve la suerte de ser acolito personal, algunos años, de Monseñor Rossell y del padre Carlos Sánchez, quien convenció a mi familia que debía de enviarme a Estados Unidos para aprender bien el idioma inglés y con ello también al residir en Alabama ver la discriminación racial tan profunda que existía en el sur de ese país.

A mi regreso y después que mis padres nos llevaran por casi un año a Europa, obtuve una beca para ingresar a la Escuela Militar Bernardo O’Higgins de Chile, donde me gradué de oficial de ejército en 1959.

¡Guatemala es primero!

Continuará.

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