Raúl Molina

Dos países en América Latina que mantienen la prohibición sobre el aborto son Chile y El Salvador, en donde hay hipocresía, porque las familias ricas se pueden pagar un viaje a Miami o Houston, para realizar el aborto, mientras que las familias pobres se enfrentan a métodos salvajes o la muerte, y, a veces, a prisión. Escribo este artículo indignado ante el hecho denunciado por las redes sociales sobre una mujer salvadoreña, Evelyn, que fue violada, perdió involuntariamente al niño en gestación y fue adicionalmente condenada a 30 años de prisión por este “homicidio”. Existe la posibilidad de que El Salvador finalmente emita una ley que descriminalice el aborto y la mía es una de las cien mil firmas que respaldarán dicha iniciativa. Chile aún espera que le llegue la “Iluminación”.

Fui educado como católico; hoy me considero ecuménico, abierto a toda creencia, incluida la de no poseer fe alguna. Reconozco grandes posturas de la iglesia Católica: su vocación por los pobres (cuando realmente se practica) y la defensa de derechos humanos y derechos de los pueblos indígenas. Pienso que su posición frente a los derechos reproductivos de la mujer no deja de basarse en el concepto de que lo sexual es pecaminoso, es decir, que la reproducción lleva aparejada el pecado. Afortunadamente, todos los demás seres del planeta, en su mandato divino de “preservar la especie”, no tienen que enfrentarse a tabús que los hacen ser infelices o limitados en sus opciones. Parte de la jerarquía de la iglesia presiona de dos maneras sobre la mujer, discriminándola directamente al no ejercer una presión equivalente para los hombres. Por un lado, prohíbe a sus fieles que utilicen medios para prevenir la concepción, excepto por el inseguro método del “ritmo”, lo que también ha contribuido a la proliferación de enfermedades, como el SIDA, que son controlables con métodos contraceptivos mecánicos. Pero es peor en cuanto a atacar el aborto, que puede ser necesario en casos de violación, peligros para la madre, peligros para la criatura y condiciones insoportables al nacer. Al tratar de impedir que se emitan leyes para que el aborto se realice de manera segura, no solamente para fieles católicos sino que para la sociedad en su conjunto intenta restringir el albedrío de la mujer. En Guatemala, las leyes que reconocen los derechos reproductivos ya están en vigencia; pero la posición medieval de la iglesia, particularmente el Opus Dei, todavía sataniza a las mujeres que se ven obligadas a recurrir a procedimientos médicos para terminar los embarazos no deseados. Esto quedó en evidencia cuando un barco contratado por una ONG ofrecía en nuestras costas procesos médicos de bajo costo, hasta que Jimmy Morales, presionado por sectores sumamente conservadores, lo obligó a partir. La iglesia insiste en que el aborto debiese ser prohibido, pretendiendo regir las vidas de toda la población, sean o no católicas. Si quisiera comportarme como católico, podría aceptar las normas de la iglesia, y ser considerado fiel, o no aceptarlas, y ser considerado pecador; pero como ciudadano debo siempre exigir total separación entre iglesia y Estado.

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