Edgar Villanueva
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“Ningún extremo es bueno” me repite a menudo mi padre, especialmente cuando durante nuestras conversaciones yo propongo algún argumento que, dejando la objetividad de lado, pretende apelar al dramatismo para ganar la discusión. Él, con la sabiduría que dan los años, sabe que los extremos existentes en el espectro nacional, aunque no podrán ser eliminados, deben de ser evitados, porque apelan a los sentimientos más que a la razón y porque no proporcionan soluciones sino únicamente defienden postulados.

Estos extremos los vemos representados, por ejemplo, en los grupos que dirigen los bloqueos de carreteras pidiendo la reducción de la tarifa de la energía eléctrica a través de la nacionalización del servicio de la misma. Igualmente, hay algunos en el otro extremo, que defienden a muerte la privatización de los servicios del Estado como la solución a los problemas de nuestra población más necesitada. Ambos grupos, no desean discutir los elementos que debemos abordar sobre los temas que defienden, sino apelan a los sentimientos de algunos colectivos con la intención de ganar apoyo, aunque no tengan como argumentar su posición objetivamente.

Codeca, por ejemplo, no va a poder explicar de manera objetiva como pretende obtener un servicio de cierta calidad sin que el que opera el mismo tenga algún tipo de ganancia. Para ellos la nacionalización de la energía eléctrica no es un argumento científico, es una “reivindicación social” y por lo tanto “no tiene por qué tener lógica”. Encima de todo, quien cuestione la “lucha por la reivindicación social” (materializada a través de bloqueos, robos de energía eléctrica, destrucción de propiedad privada e intimidación de ciudadanos), automáticamente se convierte en capitalista, explotador y oligarca, porque es más importante el cerco ideológico a los opositores que cualquier discusión técnica de los problemas y sus soluciones.

De igual manera sucede con el otro extremo, donde encontramos que los más fieles defensores de la privatización tienen como argumento principal que “los servicios siempre son mejores cuando los presta una entidad privada”. Sin embargo, se empantana un poco su argumento cuando se habla de acceso y precio de los servicios privatizados para la población que no tiene recursos para pagarlos. De igual manera, con algunos en este extremo, el solo cuestionamiento del tema convierte al “opositor” en un socialista y vividor.

Necesitamos más discusión objetiva que nos permita discutir que la nacionalización del servicio de energía no es la solución, pero que hay alternativas para reducir la tarifa, especialmente para la población de menor ingreso. De igual manera, poder sentarnos a discutir qué servicios privatizados tienen el potencial de generar desarrollo y posteriormente discutir su viabilidad, no como negocio, sino como agente de cambio para la vida de los más necesitados.

No dejemos que los extremos nos capturen, y mucho menos, que nos intimiden. Seamos rigurosos y abiertos para discutir, seguramente hay alguien con mejores respuestas que uno mismo, pero no lo podremos encontrar si no tenemos los oídos dispuestos a aprender y encontrar vías comunes para solucionar la problemática nacional.

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