Estuardo Gamalero

“Más vale un delincuente en la calle, que un inocente en la cárcel”
–Refrán jurídico–

La semana pasada dejó en los guatemaltecos una mezcla de sabores como consecuencia de las noticias que se robaron el show.

Al decir sabores, también me refiero a gustos, pues lo que para algunos es bueno y positivo, para otros es lo opuesto. Razones y de las buenas abundan para justificar el sabor, el color y el tamaño de lo que a cada quien le gusta o necesita.

Habiendo dicho lo anterior y haciendo propias las palabras de Simón Bolívar: «La Justicia es la reina de las virtudes republicanas y con ella se sostiene la igualdad y la libertad», quiero dedicar unas líneas a la “esperanza de justicia”, que apareció la semana pasada.

Me refiero al emblemático caso de “Erwin Sperisen”, un juicio plegado de injusticias.

Desde un inicio, Erwin fue víctima de una inquisición ideológica, cuyo único objeto ha sido “enviar un mensaje” y nunca el de hacer justicia respetando los más vitales principios universales del Derecho. Prueba o indicio irrefutable de ello, es el vínculo entre el Juez que conoció del asunto y su relación con la ONG que financió y promovió el juicio. También lo es la manipulación de testigos y la corrupción de otras pruebas falsas o contaminadas.

En un extracto de la página –www.swissinfo.ch– se indica que: “El Tribunal Federal Suizo, la más alta instancia judicial del país, admitió parcialmente un recurso presentado por el exjefe de la policía de Guatemala, Erwin Sperisen, anulando su condena a cadena perpetua por 10 asesinatos y ordenando que el caso vuelva a ser examinado. En una decisión de más de cien páginas fechada el 29 de junio, «el Tribunal Federal anula la decisión recurrida y reenvía la causa para una nueva decisión a la Corte de Justicia de Ginebra» (…) en lo que concierne específicamente a establecer la responsabilidad de Erwin Sperisen en estos hechos, el Tribunal Federal considera que el procedimiento cantonal no ofreció a Erwin Sperisen garantías suficientes respecto a las exigencias de la Convención Europea de Derechos Humanos (CEDH) (…) En particular, no se respetó el derecho de Erwin Sperisen a ser confrontado con ciertos testigos importantes de la acusación sobre hechos determinantes”.

A juicio de los expertos en materia penal y derechos humanos, su libertad debería darse a la mayor brevedad.

En mi opinión, el caso de Erwin es viva reflexión que nada es más injusto que ver a un inocente en la cárcel. La abominación de las violaciones ocurridas en su juicio y la contradicción con el estatus de inocencia, de las otras personas que fueron imputadas y declaradas inocentes por los mismos hechos, es algo que debería llamar nuestra atención. El daño y sufrimiento provocados a su persona, esposa, hijos y padres son irreparables.

Y aunque el combate a la corrupción es una cosa y las inmundicias en el juicio de Erwin Sperisen son dos cosas distintas, valga la reflexión en el sentido de ser más cautos en no condenar a una persona en función del juicio paralelo que se basa en el sensacionalismo de los medios, pues la sed de sangre y justicia, muchas veces apuntan al acusado como culpable, sin que se haya demostrado que lo es.

Por otra parte, el operativo del día viernes 14, liderado por el MP y la CICIG, el cual produjo varios allanamientos y casi 20 órdenes de captura, pone de manifiesto varias cosas: por una parte, los niveles de corrupción son reales, en toda esfera e inagotables. Sin embargo, en éste, al igual que en cualquier otro caso, se debe respetar la presunción de inocencia, el debido proceso y la seguridad que el juicio se ventilará ante jueces capaces y objetivos.

Un movimiento de tal envergadura provoca un sisma, que se traduce en miedo. Esto al mediatizarse genera opinión e incide en la percepción de la población en general, los jueces y cualquiera que considere que algunas de sus garantías constitucionales están siendo afectadas.

La justicia no debe convertirse ni administrarse como un «reality show».

No cabe la menor duda, que Guatemala atraviesa uno de los momentos más críticos de las últimas décadas. La falta de credibilidad política, la debilidad institucional, la burla permanente a la certeza jurídica, los niveles de corrupción, el reposicionamiento de los grupos de poder, la resucitada guerra ideológica y el deterioro de la economía (que nos sigue como nube gris), son algunos de los factores que inciden en el rumbo de este país.

Pero no debemos sentirnos como bichos raros. Fenómenos similares están ocurriendo en el mundo: el resultado del 98% en el referéndum venezolano, los misiles del berrinchudo norcoreano, los ataques terroristas por doquier, la proliferación mundial de delincuentes disfrazados de Robin Hood, la redefinición (por no decir supra imposición) de los principios e instituciones morales y religiosas… etcétera.

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