Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt
@ppmp82

Cualquiera se puede sentir ofendido por el comentario del embajador Todd Robinson, pero lo que no puede pasar es que a esos diputados que prestan sus nombres, que le esconden la cara a intereses que desean socavar la lucha contra la corrupción y la impunidad y que son, con cientos más, sus auténticos guardianes, ahora se les victimice como si fueran unos auténticos niños de primera comunión.

Si usted se desea ofender hágalo, pero también se tiene que indignar por cómo se han degenerado tanto los cargos públicos como las diputaciones. Desde la campaña, cuando reciben pisto sin declarar, ya son testaferros solo que ahora quedaron registrados en Estados Unidos y en mayor evidencia en Guatemala. Ellos saben que tarde o temprano se sabrá de dónde viene el dinero y lo que están haciendo es salir públicamente a ocultar la identidad de sus financistas para que cuando la cosa reviente los del pisto no arremetan contra ellos.

Muchos de los que hoy se “dicen ofendidos” han hecho romerías a Washington y todos los que hemos tenido reuniones en la capital americana, sabemos que ahí no llegamos en igualdad de condiciones. Entonces ahora es una doble moral usar el prurito de la soberanía por la expresión del diplomático americano sin decir nada de que tengamos diputados con dueño.

Hemos insistido que la ausencia de una agenda de los guatemaltecos liderada por chapines es lo que abre la puerta a la necesidad de tener que recibir ayuda con experimentos como el de la CICIG y nunca vamos a lograr ese punto si al pedir respeto para las autoridades no hablamos y reconocemos los vicios de un podrido sistema. Pedir respeto y no hablar de los vicios del sistema es jugar un doble juego.

Si hablamos del famoso “idiotas” debemos también hablar de esas redes anónimas que el mismo Linares Beltranena retwittea en las que se dedican a hablar mentiras, insultar y no precisamente con la palabra “idiotas”; eso se debe condenar por igual.

Sostengo que el cambio del país no es una carrera de velocidad sino de resistencia y que si nos quedamos tirándonos los platos no vamos a lograr el objetivo. Debemos ser capaces de encontrar puntos de acuerdo por medio de los cuales construyamos los cimientos del futuro, pero lo primero que debemos decidir es si queremos que cambie o no el sistema, porque se dice una cosa pero se demuestra otra.

Si no cambian las reglas del juego, todos los esfuerzos contra la impunidad serán como los que se hacen contra el narcotráfico, en el sentido que si no hay modificaciones de fondo, solo se cambiarán las cabezas, pero los negocios seguirán intactos y por eso insisto que en el esfuerzo de buscar acuerdos y aliados, lo primero que hay que definir es cómo lo entendemos y en qué deseamos que sea el cambio.

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