René Arturo Villegas Lara

Todos los guatemaltecos de bien estamos profundamente consternados por la trágica partida del doctor Mejía, a quien no conocimos, pero por lo que han dicho muchos que tuvieron ese privilegio y le conocieron en su humanitaria faena de aliviar las enfermedades, basta para sentirse doblemente dolido de lo que le sucede a nuestro país y a su sociedad. Y es que no importa que haya sido un hecho fortuito o la maquinación de conductas criminales; lo que impacta es que una persona que pasó su vida salvando la vida de sus semejantes, venga un acto demoníaco de quien accionó el arma a cegar su existencia valiosa dentro de la generalizada descomposición social que nos corroe.

Decir que en todos los lugares del mundo es igual, no es un consuelo. La verdad es que nuestra frágil existencia transita dentro de un oscuro túnel que no tiene ninguna rendija por donde se perciba una pequeña rajita de luz. Y es que toda desaparición física de un ser humano en esas circunstancias, duele. Y duele más cuando uno se entera de la gran labor humanitaria que desarrollaba el doctor Mejía, especialmente con los que padecen de sida.

¡Hasta dónde llegaba su gran sensibilidad humana, al donar sus córneas para que alguien tenga el privilegio de contemplar la vida! No sé. Pero todas estas tragedias nos empequeñecen. Nos invade de tristeza porque mi generación nació en condiciones menos trágicas y aunque ya nos encontremos con el pasaporte en la mano, uno piensa en los nietos y menos egoístamente en todos los niños que están empezando a vivir; y surge entonces la pregunta común: ¿Qué les espera? No está alejada de una verdad generalizada lo dicho por González Prada refiriéndose al Perú: esta es una sociedad con septicemia y donde uno aprieta, sale pus. Mis condolencias para la familia del doctor Mejía y para su colegas del Hospital.

Artículo anteriorEl camino hacia mejores autoridades
Artículo siguienteFortalecer la inteligencia