Juan Fernández
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En la vuelta del siglo XX para el XXI a nivel global empiezan a desarrollarse una serie de movimientos en ciudades como Seattle –1999– protestas de The Parties por la reunión de la Organización Mundial del Comercio y posicionamiento antiglobalización; manifestaciones mundiales en contra de la guerra en Irak –2003–, la primera convocada por la World Wide Web; disturbios y quema de vehículos en París –2005– tras la muerte de cuatro jóvenes musulmanes en un contexto de rechazo hacia el poder político con lemas como la ¡racaille au pouvoir!; marchas de indignados en Madrid, Praga, Varsovia, Viena y Lisboa –2011– expresando su rechazo por la indiferencia del poder económico y político ante la crisis y el desempleo; la “plaza” en Guatemala –2015– por los excesos del poder y la corrupción en altas esferas del gobierno.

Los movimientos –sociales globales– en términos generales se pueden definir como aquellas expresiones sociales que ante la injusticia y las desigualdades se manifiestan a través de la protesta colectiva en movilizaciones o bien a través de medios alternativos de comunicación como formas de intervención. (Hardt, 2002) Este tipo de demostraciones se presentan según sus causas a partir de abusos e indiferencia desde el poder político y económico; desigualdades sociales; utilización de los bienes en beneficio de unos pocos y perjuicio de muchos; alteración de los sistemas de vida del barrio o la comunidad por la construcción de proyectos sin consultar a los vecinos; utilización de espacios públicos para proyectos que no son de interés comunitario; falta de servicios públicos de calidad, principalmente salud, educación y seguridad ciudadana.

Desde esta perspectiva de análisis, durante mi estadía por estudios de maestría en la Universidad de Lisboa –2015, 2016– tuve la oportunidad de presenciar los discursos de dos dirigentes de organizaciones surgidas a partir de Movimientos Sociales Globales, el discurso del Secretario General de PODEMOS, Pablo Iglesias y el de la candidata presidencial y eurodiputada Marisa Matias del Bloco de Esquerda. De los discursos resalto la crítica hacia los partidos de la “vieja” política, por estar a favor de los dueños de todo, por la corrupción, por la falta de solución a la problemática de los jóvenes, por la insensibilidad ante el desempleo y el papel jugado a favor de los de siempre durante la crisis. Con propuestas de un “nuevo nosotros” y “podemos para todas”, “partir de lo que quieren los demás”, plenitud de derechos sociales y participación.

Es así como antes y ahora, y en ambos lados del Atlántico existen formas diversas de descontento, sin embargo, aunque comparten expresiones de acción colectiva, desde mi punto de vista existen diferencias entre ellos a partir de su temporalidad y fines: mientras en unos perecen ante su origen espontáneo, falta de dirección y ausencia de perspectiva crítica –descontentos e indignados–; los otros persisten y transitan desde el descontento y la indignación hacia formas complejas que disputan el poder del Estado y que procuran un cambio cualitativo sobre las condiciones que les originaron. Entonces ¿Cómo pasamos del descontento al Movimiento?

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