María José Cabrera Cifuentes
mjcabreracifuentes@gmail.com

La amplitud que el sistema democrático otorga a los diferentes actores de la política permite que lo dicho y escrito desde la oposición se convierta en arma para hacer daño reiterada y sistemáticamente a los adversarios, tornándose así en un juego sucio con frecuencia.

De la misma forma los medios de comunicación, en general, ya sea por antagonismo político, reclamos por deuda, intereses de personas y sectores particulares o por razones personales, atacan impunemente a políticos, funcionarios y ciudadanos por igual, llegando al punto de tomar acciones despreciables como desvirtuar a una persona por su género.

En la guerra política, la infiltración de espías o saboteadores en el campo enemigo es una práctica común. La mejor forma de arma autodestructiva es aquella que un saboteador introduce en forma de consejo.

A forma de ilustración y sin intención de defender al Presidente de la República actual, quisiera señalar cómo la campaña de desprestigio en su contra inició, incluso, desde antes de que él tomara posesión, (NoTengoPresidente, ComedianteAPresidente, LloroComoJimmy, MeDuermoComoJimmy, etc.) incrementándose -por otras razones- con el paso del tiempo. Lo mismo ha sucedido con otras figuras públicas que sistemáticamente son atacadas, no únicamente por sus acciones sino porque no han cedido a los intereses de quienes viven del sabotaje.

La cultura del chisme y la nula existencia de la presunción de la inocencia de las personas, han contribuido a que esto sea una realidad que se ve diariamente en Guatemala. Por un lado, las acciones de quienes encarnan al tirador que va tras un blanco, son reprobables; pero de igual forma, quienes fomentan y replican información dedicada a desprestigiar pueden compartir con ellos una buena parte de la culpa.

En los políticos, esto evidencia la falta de decoro y responsabilidad, en los medios la falta de ética. En el caso de los que sabotean desde adentro, evidencia dos cosas serias: la ambición y acciones desmedidas del campo opositor (político o ideológico) y quizá, la falta de malicia política de la otra parte.

Artículo anteriorWalk the walk…
Artículo siguienteEn Guatemala la pena de muerte sí se aplica