Francisco Cáceres Barrios
fracaceres@lahora.com.gt
Me incluyo entre los que viven la congoja diaria por apreciar que la mayoría de la población sobreviva a pura tortilla, frijol y chile, como que con la inflación galopante la clase media esté llegando al punto de ser un conglomerado en vías de extinción. Por ello, resulta un sueño pensar que algún día el salario mínimo pueda servir siquiera para la subsistencia de las clases menores, cuando el dinero más rápido se les hace agua entre sus manos. De ahí que nuestra juventud cada vez tenga menos oportunidades, por lo que en vez de buscar en qué se ocupan andan viendo «qué les cae».
Pero si a lo anterior le agregamos la quiebra de valores y principios que desde hace rato predomina en nuestra sociedad, al que quiera llevarle unos centavos a su madre o a quien haga sus veces, no le tiembla la mano para empuñar un arma para ejecutar la pena de muerte del «brocha», del chofer, del taxista o de quien tenga un puesto en el mercado. Esto y ninguna otra cosa más son las causas principales del incremento de la criminalidad que estamos sufriendo y que por más que hayamos insistido, sigan nuestras autoridades sin percatarse de su importancia, fuera por su incapacidad o por el afán de seguir solo empeñados en satisfacer sus intereses.
De esa cuenta, afirmo que en nuestro país ¡sí se aplica la pena de muerte! Aquí, en nuestra linda tierra, al contrario de otros países más avanzados que el nuestro, a las autoridades no les importan los derechos humanos de la gente honrada y trabajadora que, sin importar el horario, la inseguridad y los elevados costos de los servicios públicos, comparados con la pésima calidad de los mismos, no escatima sacrificios y esfuerzos para cumplir con sus deberes.
Nos consta que a nuestros políticos solo les ha preocupado cómo autoconcederse canonjías y ventajas, mantener su inmunidad, salvaguardar su vida, como la de sus familias y mantener guardaespaldas, vehículos blindados, cámaras de televisión para seguir tranquilos husmeando todo el tiempo los negocios que los enriquezcan, en vez de trabajar arduamente para alcanzar el progreso y desarrollo de nuestra sociedad.
A quienes duden de lo antes aseverado, simplemente les suplico ir a la Hemeroteca Nacional para comprobar que la prensa nacional ha cumplido con la sagrada misión de informarlo. No, sin exagerar y sin moverme ningún otro fin que hablando con la verdad no pierda la esperanza de que algún día, quienes teniendo la capacidad de decidir, puedan comprender que hace rato perdieron el rumbo y que por ello vayamos a seguir viviendo en las actuales o peores circunstancias.