Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Es raro que pase una semana sin que se destape otro escándalo de corrupción y eso que apenas si la CICIG y el Ministerio Público enderezan sus baterías contra los miembros del Partido Patriota, a pesar de que sabemos que la corrupción viene funcionando desde hace muchos años y que no ha sido patrimonio exclusivo del régimen de Otto Pérez Molina. La verdad es que el costo de la corrupción es enorme y explica, en alguna medida, nuestro escaso desarrollo humano que se traduce en falta de oportunidades y pobreza para muchísimos guatemaltecos.

Si pudiéramos realmente cuantificar lo que se roban día a día en el país, desde la existencia de plazas fantasma hasta los grandes sobornos tipo TCQ o la venta de activos de la época de Arzú, veríamos que el Estado podría disponer de recursos inmensos para el impulso de programas de desarrollo, no asistencialistas, para dotar a los ciudadanos de las herramientas para que puedan alcanzar prosperidad mediante el trabajo. Pero educación y salud, que son piedra angular de cualquier afán de superación, son también áreas en las que campea la corrupción, al igual que en la construcción de infraestructura, en las áreas encargadas de la seguridad ciudadana, de la energía y minas y, tristemente, en todo el espectro de la administración pública, alcanzando no solo los tres poderes del Estado, sino también a las municipalidades y los entes descentralizados.

Varias veces he dicho que somos una sociedad acostumbrada a usar vericuetos, como los que ahora usa el gobierno para decretar el borrón y cuenta nueva a favor de APM Terminals, pasando por alto que la Terminal de Contenedores tiene un origen asquerosamente ilícito, y por ello no nos asombra ni nos extraña que haya tanta corrupción. Es mas, hay mucha gente que ha participado en el baile y muchos de los que no lo han hecho estarían prestos a hacerlo si surge la oportunidad de enriquecerse tan rápidamente como, por ejemplo, lo hizo Sinibaldi en su corta pero muy rendidora carrera política.

Un país con los vicios de corrupción como el nuestro no tiene salida ni futuro y eso nos lo debemos meter en la cabeza porque es una verdad del tamaño de la Catedral. Y los ciudadanos tenemos la obligación de explorar vías que nos permitan edificar un modelo distinto a partir de una profunda depuración del Estado. No se cómo ni bajo qué condiciones se puede lograr y dudo que haya alguien que tenga la respuesta absoluta a este profundo dilema existencial, pero lo que sí entiendo es que los ciudadanos que comprendemos cuán grave es la situación del país tenemos la obligación de empezar a organizarnos sin agendas determinadas para encontrar la salida, para buscar los mecanismos que nos permitan romper con una estructura cuidadosamente diseñada por poderes ocultos que tienen el control absoluto de la corrupción.

Mientras vivamos bajo el régimen de la corrupción y la impunidad, el país no servirá más que para viña de los largos y sinvergüenzas que pululan por todos lados, como ha ocurrido desde hace mucho tiempo y ocurre hoy de manera burda y descarada. Cruzarnos de brazos es lo peor que podemos hacer y por ello urge, a partir del repudio a esos vicios, organizarnos cívicamente para buscar la salida.

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