Dra. Ana Cristina Morales

Provocar el enojo puede ser un don fortuito, afortunado o doloroso, Pero, siempre, peligroso. Enojarse, es una decisión, en la cual, la autoestima tiene un rol importante entre lo que enoja y lo que no. Se dice que uno no se debe enojar y que la gente buena no se enoja. Sentir enojo, desde parámetros estrechos, es algo diabólico.

Al enojarnos el corazón acelera sus latidos, la respiración se vuelve vana, la piel se calienta y cambia de color, si es de tono pálida, se torna rosada. Pero, si es morena, se torna morada. El abdomen se estremece y es posible llegar a sentir una especie de vacío. Los ojos se abren y solemos ver alguna chispa dentro de los mismos, el entrecejo se marca. La boca y las manos se aprietan y los músculos se tensan.

Con el enojo, el pensamiento es curvo, en ondas cortas y de espiga. Cuando se presentan las últimas, provocan incendios internos. Que excitan mayores ráfagas de enojo. Para que el enojo no termine en una acción agresiva, necesita de una cadencia, que no la permita.
Observemos lo siguiente: Hoy usted se enoja, pero no lo quiere admitir, entonces dice: “Yo no me enojo”, pero viene una segunda vez, y quiere hacer lo mismo nuevamente, y lo hace, y deja pasar un segundo enojo, y de repente un tercero, y un cuarto… pero de tanto dejar pasar ese enojo, el acumulo del primero sumado a los otros, provoca que usted explote. Explote consigo mismo, o con alguien más. Que la onda de espiga de su pensamiento curvo no le permita reflexionar y actúe, tratando de liberarse de su primer enojo, de su segundo enojo y de todos los demás. Es por ello que se dice que nos libren de la gente mansa; que de la otra, nos podemos librar por nosotros mismos.

¿Por qué el enojo es visto como negativo? Y esta estigmatización del enojo nos convierte en lobos con piel de oveja. Esta emoción, existe para todos, es universal, también es necesaria, porque nos informa, nos dice que algo no está bien. Que es posible que de alguna manera nos estén dando un trato injusto, inadecuado y que no deseamos tolerar.

Enojo, tristeza, envidia, alegría, enamoramiento, nostalgia… son emociones propias a cualquier ser humano. No creo que ninguno de nosotros podamos vivir sin haber sentido en algún momento cualquiera de ellas. Considero importante darles su reconocimiento, para que ellas puedan encontrar su propio caudal y no tratarlas de segar. Lo necesario es ayudarlas a su expresión de tal manera que no culminen en dañar.

Así que de ahora en adelante, surge la invitación a que no satanicemos a ninguna emoción, que les demos su reconocimiento y que aprendamos a maniobrar, antes de perder los estribos.

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