Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Hasta hace poco más de año y medio, estaba convencido de que la generación a la que pertenezco no tendría otro remedio que dejar como herencia un país maltrecho, consumido por la corrupción, la impunidad y un sistema político viciado que los pícaros hicieron a su medida, aceptado y tolerado por una sociedad que no se inmutaba ante esos males y que los terminaba aceptando como algo inevitable y, en algunos casos, conveniente y lucrativo.

En eso apareció el escándalo “La Línea” que arrastró primero a la vicepresidenta Baldetti hasta llegar al mismo presidente Pérez Molina y tras ello una cascada de casos que aún no terminan. Pero no solo fue el trabajo de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala y el Ministerio Público, sino un aire con remolino de la ciudadanía que se lanzó a la Plaza de la Constitución exigiendo depuración y castigo para los implicados. El resultado fue el encarcelamiento de las más altas autoridades del país y el inicio de una especie de primavera de decencia que se tradujo en la ilusión de construir un nuevo orden.

Pocas semanas después vino una elección en la que nos baboseamos, para variar, creyendo que con elegir a un desconocido para castigar a los conocidos era suficiente. El remedio resultó peor que la enfermedad porque los electores no razonaron en el efecto que tendría conformar de nuevo un Congreso lleno de pícaros ni, mucho menos, que para dirigir un proceso como el que el país demanda hacía falta algo más que un mal comediante que pudo engañar a la gente con el timo de que era diferente, pero que no tenía ningún compromiso con la gente que le dio su voto porque él, como todos, estaba ya comprometido a mantener el sistema.

El retroceso ha sido dramático con la conformación del pacto de impunidad que se fraguó en Mariscal Zavala y ejecutó a la perfección un comediante que hace el papel de Presidente de acuerdo a sus limitaciones. Pero con todo y ello, siento que hay una semilla sembrada que no se puede ignorar y que debemos abonar para que germine. Y cuando uno comprueba el paso de los años y el cúmulo de ilusiones que se han tejido con relación al futuro del país, puede haber momentos en que el pesimismo vuelva a hacernos creer en ese signo trágico de heredar a nuestros hijos un país peor al que nosotros recibimos, pero los hechos confirman que aún es posible ver algo distinto si no abandonamos la lucha, si no nos rendimos ante el poder de los corruptos y hacemos todo el esfuerzo necesario para que, como sociedad, podamos emprender la ruta distinta que condene, para siempre, a los sinvergüenzas que nos han visto como un pueblo que de inocente cae en el papel de pendejo porque todo lo tolera, todo lo soporta.

Reitero que un año más de vida obliga a pensar y reflexionar sobre lo que hemos hecho a lo largo de tanto tiempo y, a diferencia del balance de hace un tiempo, ahora siento que es posible, que aún se puede aunque la ruta sea difícil, si nos decidimos y comprometemos con la gente que más necesita.

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