Roberto Arias

Ya están en la puerta las festividades navideñas y con ellas la clásica ignorancia de muchos guatemaltecos que se dedican a quemar cohetillos; morteros; bombas; bombas grandes lanzadas al aire por medio de bazucas estacionarias y decenas más de formas de hacer terrible ruido, humo y basura que queda como residuo de las explosiones de la pirotecnia que torpemente aún realizan los guatemaltecos, sin saber cuál es el verdadero motivo de su proceder, más que la grosera imitación y la demostración del machismo que aún impera en Guatemala.

El disturbio de la naturaleza se ve completamente alterado debido precisamente a la sociedad que tiene generalmente un alto desconocimiento y desprecio por los asuntos ambientales y es atacada por el mercadeo que provoca utilidades millonarias a quienes producen la pirotecnia a costillas de mutilación y muerte de empleados y clientes y, la alteración estúpida a la vida de la flora y la fauna.

Deberían imaginar el enorme sufrimiento de las mascotas en las casas. No saben que cuando queman pirotecnia, los animalitos: Pericos, canarios, sanates, tórtolas, palomas, gorriones y demás aves que viven en los árboles o en sus jaulas en los hogares, así como perros, gatos, callejeros o domésticos, igualmente sienten un tremendo stress, palpitaciones, taquicardia, temblores, náuseas, aturdimiento y miedo a morir.

Todo esto, independientemente de cuantísimos ancianos, hombres y mujeres, sanos o enfermos que no soportan el enorme ruido y sienten molestias similares a las que sienten los animalitos. Todo ese daño causado por la ignorancia y la deshumanización de la población.

Existe otro riesgo y es el que atañe al aparato auditivo. Hay informes científicos relativos al ruido de armas de fuego, cuyas conclusiones pueden cotejarse al caso que nos ocupa, debido a las similitudes acústicas de ambos tipos de detonaciones.

El ruido asociado a cualquier explosión se caracteriza por ser de tipo impulsivo, lo cual significa que su duración es extremadamente corta. En el caso de los cohetes, esta duración puede ser tan pequeña como un centésimo de segundo. El oído está provisto en forma natural de un mecanismo protector que reduce la transmisión de los sonidos más intensos hacia las delicadas células del oído interno, pero actúa recién después de unos diez centésimos de segundo, por lo cual es ineficaz frente al ruido de los cohetes. En otras palabras, sonidos de hasta 160 decibeles llegan casi inalterados al oído interno, sacudiendo violentamente las delicadas células ciliadas (las responsables directas e insustituibles de la percepción del sonido).

Niveles tan altos inevitablemente dejan sus huellas en el oído humano, en la forma de lesiones inmediatas e irreversibles de las células responsables de percibir los sonidos más agudos. La capacidad del oído queda alterada irreversiblemente, sobre todo se abre una herida que se irá profundizando rápidamente con los años, hasta que en algún momento pone en evidencia para la víctima y sus allegados… la incipiente sordera.

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