Raúl Molina

Aunque mi voz se quede como la de San Juan Bautista, un “clamor en el desierto”, me opongo de manera enfática a la formación y funcionamiento de la llamada “fuerza trinacional”, decidida, sin consulta alguna, por los presidentes de El Salvador, Guatemala y Honduras. La llamo fuerza multinacional, porque no dejará de tener orientación, adiestramiento, apoyo técnico y logístico, asesores y abundantes recursos de Estados Unidos. Es una declaratoria de guerra –al cumplirse más de 20 años de firmarse los Acuerdos de Paz de Centroamérica– que ocasionará un nuevo baño de sangre en la subregión y, quizá, en Centroamérica entera. Su creación –producto de una trasnochada mentalidad militarizada– es muestra palpable de la incapacidad de los gobiernos de esta subregión, que con sus modelos socioeconómicos y políticos han orillado a la juventud a tener, como únicas alternativas, la emigración hacia el norte o la delincuencia en forma de pandillas.

Duele ver que la prensa nacional e internacional presenta de manera positiva esta segunda “Operación Cóndor” –se ha demostrado que la primera consistió en la coordinación represiva en Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador, Perú, Uruguay y Paraguay, con apoyo total de EE. UU., con cauda de miles de muertos– que coordinará y profundizará la represión en Centroamérica. La aceptación de los medios hace que la clase media la vea como solución a un problema que tiene profundas raíces socioeconómicas. También duele que los sectores progresistas, temerosos de ser tildados de “defensores de los criminales”, no levanten su voz y sus históricos votos razonados para oponerse en el Congreso a la remilitarización del territorio. Según argumentan los creadores, se va a combatir el crimen organizado (en México se han multiplicado las ejecuciones extrajudiciales por el Estado y se ha propiciado la respuesta cada vez más violenta de los cárteles, sin que la criminalidad amaine y con miles de víctimas inocentes), el narcotráfico (que está en manos de “gente conocida”, incluidos exoficiales y oficiales de las fuerzas armadas y de seguridad) y las pandillas juveniles. Dicen que estas constituyen un millón de jóvenes; pero los asesinatos atribuibles a ellos, a ser perseguidos por policías nacionales, no llegarían ni a la tercera parte del total de asesinatos. Acá se concentrará la persecución de la fuerza multinacional, porque los jóvenes no cuentan con armas pesadas y son mucho más vulnerables, mientras que los otros serán “objetivos secundarios”. Y lo que no dicen, pero funcionarios de Obama se encargan de repetirlo a diario, y será peor con Trump, es que otro objetivo esencial es detener la migración centroamericana hacia EE. UU., “a cualquier costo”, particularmente la de los menores de edad. Deberíamos oponernos a esta iniciativa y buscarle salida a las pandillas juveniles por la única vía promisoria: la negociación y la creación inmediata de fuentes de trabajo, invirtiendo el Estado en trabajo de infraestructura con intensidad de mano de obra (es de las pocas medidas razonables que propone Trump para ayudar a los blancos pobres de su país). Reitero: ¡No a la fuerza multinacional!

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