Estuardo Gamalero

“No se puede pintar la Mona Lisa asignando un poco de pintura a mil pintores”. -Lord Acton

Eventos como nuestro pasado y accidentado proceso electoral, las consecuencias del Brexit en el Reino Unido, los efectos del NO en la Consulta Popular de Colombia y los resultados de las recientes elecciones en los Estados Unidos de América, pusieron de manifiesto varias cuestiones a nivel mundial: i) las mismas mayorías que en algún momento son manipuladas por las autoridades de turno, tienen la capacidad de darse cuenta de los engaños y descaros de las élites políticas; ii) el precio de la paz no puede ser superior al valor de la justicia; iii) el crecimiento económico social debe alcanzarse a través del beneficio y superación individual; iv) los medios de comunicación en manos perversas, pueden utilizar la libertad de expresión como arma de «bullying» en contra de otros derechos tales como: la vida, la libertad, la intimidad, la propiedad privada y muchos más; v) el fin no justifica los medios y tarde o temprano las acciones se expresan mejor que las mismas palabras.

En cada uno de los ejemplos anteriores, vimos cómo a los titanes del momento, emborrachados por su fama, se les escaparon los resultados como agua entre las manos. Cuando la semilla es mala los frutos de la cosecha serán paupérrimos.

Ante la inminente fugacidad y subjetividad de quienes ejercen poder, los guatemaltecos debemos preguntarnos: ¿Qué Guatemala anhelamos y quiénes debemos pintarla?

Por definición, lo efímero se refiere a aquello que dura poco, a cosas o circunstancias pasajeras. Este adjetivo puede utilizarse en todos los aspectos de la vida. Hay amores, trabajos, circunstancias, problemas y alegrías que son efímeras, es decir que pasan en un abrir y cerrar de ojos.

Por supuesto, las cosas efímeras también dejan avances, huellas, dolores y cicatrices que trascienden en el futuro.

La doctrina reconoce varias fuentes del poder, pero tratando de simplificar menciono: El Poder de Dios, mismo que por fe, los creyentes reconocemos en la (s) iglesia (s); el Poder del Carisma, del cual gozan y logran transmitir grandes personajes de la historia, por ejemplo: Gandhi y Martín Luther King, quienes a través de sus ideas e ideales lograron cambios mediante la convicción de las personas; el Poder de la Ley o Poder Público es aquel que ostentan los gobernantes, el cual se establece en la legislación y de ahí, aquel pensamiento: «en la sociedad no hay un hombre con más poder, que un juez impartiendo justicia»; el Poder del Dinero representa la capacidad de adquirir bienes, servicios e incluso voluntades a cambio de un precio.

No está de más decir que las clases de poder pueden mezclarse y confundirse.

Hace más de un siglo, John Emerich Edward Dalberg-Acton (Lord Acton) dijo: “el Poder tiende a corromper y el Poder Absoluto corrompe absolutamente”. Esta frase no solamente se inspiraba en sendos ejemplos de la historia, sino que además resultó profética en el sentido que la naturaleza del ser humano siempre tiende a pervertirse cuando ostenta alguna cuota de autoridad.

Todas las clases del poder pueden ser herramientas para hacer bien o para obrar mal. En la historia, sobran ejemplos de líderes que han utilizado la religión para fines increíblemente buenos, o para provocar desastres diabólicos. Líderes que con su carisma y poder de convicción han conseguido liberaciones de pueblos enteros o bien el sometimiento y exterminio de razas completas. Gobernantes que la misma historia reconoce como héroes por los cambios y mejoras que consiguieron, o gobernantes que actuaron como viles delincuentes a costillas de la vida, la libertad, la intimidad y la propiedad de la gente. Millonarios que generaron sus fortunas con esfuerzo y ejemplos positivos, o personas que, en la ambición ilimitada de crear riquezas, enferman el mercado y prostituyen los principios y valores sociales.

Uno de mis abuelos (que en paz descanse) decía: «pero el peor de los poderes es el del miedo». Tratando de hilvanar ese pensamiento con la realidad, me doy cuenta que los líderes y gente mala, usualmente, utilizan el recurso del miedo, para conseguir sus objetivos, retorciendo los límites del poder que ostentan.

El caso del poder político es particularmente especial. Las autoridades que lo ejercen, usualmente adquieren la óptica de ver a las personas, ya sea como aliados o como enemigos para conseguir sus objetivos. Si esta premisa es verdadera, entonces resulta más fácil comprender el por qué, cuando los civiles nos oponemos legítimamente y criticamos objetivamente el actuar incorrecto de las autoridades, las leyes confusas que nos imponen y los abusos en su proceder general, se nos cataloga como opositores del sistema y de una u otra manera se nos amedrenta con el miedo.

Si bien los propios gobernantes nacen y salen del mismo pueblo, muchos de ellos llegan al poder con visión de oportunismo y corto plazo. Una manera de diferenciar los buenos de los malos, no sólo es por sus resultados, sino analizando si actúan apegados a derecho o bien por encima de las normas.

El caso se complica cuando los malos retuercen la ley hasta que encuentran la manera de crear normas que justifiquen sus planes y autoridades que lejos de fiscalizarles y ser un contrapeso, actúan con miedo o como cómplices.

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