Isabel Pinillos
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Tomo aire y respiro profundo para poder tragarme estas palabras, provenientes del mensaje del presidente Morales en su cuenta de Facebook, en donde llamó a la población migrante en EE.UU., con temor a las deportaciones anunciadas por el presidente electo Trump, a “mantener la calma e informarse bien, y de no dejarse llevar por titulares o comentarios que podrían caer fácilmente en exagerar cualquier situación”.

El temor que sienten millones de personas indocumentadas en EE.UU. no es infundado. No se basa en titulares de medios amarillistas o rumores de la oposición, sino en un eje central del plan de gobierno de Donald Trump, quien no muestra muchas señales de retractarse en su promesa. Al contrario, ha confirmado este fin de semana que su primera acción será deportar de 2 a 3 millones de indocumentados «criminales» ante la demanda de sus ansiosos seguidores que exigirán resultados. Sin embargo, nuestras autoridades, el mismo Canciller, piden calma a sus ovejas, mientras que el lobo ya se está saboreando el banquete.

He percibido una esperanza, porque el número de deportados que pretende Trump y la construcción del famoso muro son inviables, por basarse en datos inventados, costos exorbitantes o porque son logítisticamente infactibles. Sin embargo, me parece que se pierde de vista el punto fundamental. La llegada de Donald Trump al mando cambia radicalmente el estado de ánimo. La psiquis de una sociedad que después de ocho años de la administración anterior, camina (o retrocede) hacia una era en donde se fomenta el pensamiento Trumpeano, y exacerba el hastío de ciertas personas contra el discurso “progresista” que, según ellos, les obligaba a esconder sus valores y sus preferencias de vida.

Porque al final, la deportación podría ser el último de una serie de pasos que comienzan desde acciones como niños caucásicos gritando “levanten el muro” a sus compañeros de tez morena en las escuelas, o detenciones exageradas basadas en la discrecionalidad de un oficial del condado a quien las nuevas políticas le agradan. Resalto además que los Estados que se pintaron de rojo en el mapa electoral coinciden con las comunidades de vasta población guatemalteca, en su mayoría indígena, algunos sin hablar español, situados en pueblos sin acceso a un consulado.

El discurso, el sentimiento anti-migrante creció en el ambiente. Dentro de su Gabinete ha nominado una pieza crucial: el próximo asesor estratégico, Steve Shanon, un ultra nacionalista quien ya ha sido repudiado por sus expresiones racistas y su promoción de grupos radicales.

Los subtítulos en español son claros para el grupo objetivo: “Lárguense, aquí no son bienvenidos. Les haremos la vida de cuadros, para que la expulsión sea voluntaria.”

Si esto no fuere suficientemente aterrador, una enorme cantidad de guatemaltecos no cuentan con sus documentos de identidad, por lo que son blancos perfectos para ser los primeros en la fila de deportaciones. Documentación que el Estado de Guatemala ha sido incapaz de proporcionar. Cerca de la mitad no tienen pasaporte vigente, y sólo un uno por ciento tiene DPI. En comparación con otros países, somos el grupo más vulnerable.

La laxitud oficial sólo es una muestra más de nuestra debilidad de reacción ante las amenazas que son inminentes y de la falta de compromiso para defender con garras nuestro principal tesoro: las personas. Pedir calma como única respuesta mientras otros países ya implementan planes de contingencia es un verdadero insulto para los millones de migrantes que sostienen la economía del país. ¿Calma? ¡No lo creo!

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