Lucrecia de Palomo

La forma en que actúan las personas, como educan a los hijos y solucionan sus problemas tiene mucho que ver con las costumbres, con el acostumbrarse a que “así es” porque “todos lo hacen así, por tanto yo también”; aun cuando muchísimas veces, interiormente se esté convencido que no es la forma más apropiada. Una consecuencia de la imitación sin un análisis de las consecuencias es que los hechos se van asimilando y las mentes adaptando a ese pensamiento. Esto lleva a perder la vergüenza, el sentido común y a adentrarse a una zona desconocida. Gracias a Dios lo que no es correcto, porque afecta negativamente a los demás, aunque beneficie al hechor, es reconocido tarde o temprano aunque pase velado por algún tiempo.

Al aceptar como válido lo que la conciencia apunta que no lo es, ha llevado a una lepra social donde la falta de sensibilidad hace posible que pasen desapercibidos y además que se contagie con rapidez. Primero en las personas, para luego infectar a las organizaciones. Posiblemente no existe una institución, sin importar cuál es el servicio que presta, o sea de índole público o privado que no enfrente situaciones difíciles debido a esta enfermedad. Esta ambigüedad está ocasionando problemas con y entre el personal, con los clientes, con proveedores o con las leyes que las rigen. Todo basado en la idea que ha permeado, que ganarse unos centavos extra al sueldo no está mal, siempre y cuando no lo cachen y se haga bajo de agua. Así es la costumbre.

Este fenómeno perverso trastoca todos los ámbitos sociales, ya no es solo en cuanto al dinero, sino que está llegando a extremos. Una de las consecuencias observables es cómo se aliviana la conciencia, pues aunque la costumbre se vuelve maña, hay sucesos que no son naturales. Lo que antes era bueno o era malo ahora ya no lo es tanto; se confunde, se diluye y esto perjudica la convivencia humana que necesita de certeza para caminar.

Los centros educativos no escapan al fenómeno del desencajamiento. Los ejemplos son múltiples: algunos padres que no cumplen con el pago al servicio educativo al que se comprometieron y la administración toma las medidas necesarias, acusan de negar la educación al estudiante y no falta la queja dudosa del padre moroso ante la Procuraduría DD. HH., la Diaco y el Mineduc; con ello logran dejar de pagar. Práctica cada vez más utilizada y que pone en riesgo la educación privada.

También tenemos a los partidos políticos, los sindicatos y organizaciones sociales que se han corrompido, ya no se fundan en ideas, sino en dinero; los famosos proyectos sociales que tan solo son la fachada para colocar y quitar funcionarios que luego se sirven y son serviles. Vemos a los activistas de campo, que han gozado de plazas fantasma o dádivas económicas y hasta a los mismos dirigentes –que los vemos sentados en las curules, sillas ministeriales o gritando por las calles-, con la misma contraseña, pero cuyo interés es únicamente la fuente de financiamiento. Esas organizaciones sociales que por años fueron la esperanza del buen actuar, sufren ya del costumbro; por ello es común ver en las manifestaciones públicas, sin ningún respeto al movimiento, a canches extranjeros dando y gritando las consignas que imponen. Ayer se pudo ver claramente, en la marcha por la dignidad, tanto en las fotografías como en los documentos que circularon sobre el patrocinio del movimiento quedó claro el fenómeno. Varios millones de euros es la piel que cubre la enfermedad infecciosa.

Mientras la lepra siga carcomiendo las entrañas del hombre, mientras la cura no llegue y podamos sentir a flor de piel lo que por dentro corroe, seguirán niños muriendo de hambre, escuelas sin educación y funcionarios cumpliendo con las consignas extranjeras que desde siempre continúan colonizando el alma.

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