Luis Enrique Pérez

Caminaba un leñador por un sendero de un bosque de fragantes pinos y encinos, cuando observó que una rara mariposa volaba vacilante entre las flores. Repentinamente la mariposa cayó herida sobre algunas débiles florecillas. Y el leñador díjose: “¡Es una víctima del temido calentamiento climático que provoca el ser humano!”

Estaba una niña sentada en la orilla de un acuático estanque, en un pequeño valle, en el que había dispersos arbustos de espinosa zarzamora, cuando observó que un anfibio del orden de los anura, suborden de los neobatrachia y familia de los ranidae (es decir, una rana), se arrojaba moribundo en el agua del estanque. Y la niña díjose: “¡Cuán terrible es, aun para una rana, el calentamiento climático que provoca el ser humano!

Cabalgaba un viajero rural sobre las riberas de una laguna. Se detuvo y descansó sobre el fresquísimo pasto próximo a las riberas, mientras su caballo sudoroso movía la cola y bebía agua. Repentinamente, de la rama de un alto árbol cayó sobre una roca, un nido en el cual había huevecillos que se quebraron. Y el cazador díjose: “¡Tan ingrato es el calentamiento climático que provoca el ser humano, que los nidos ya no pueden sostenerse!”

Caminaba un campesino entre la milpa que había sembrado en torno a su rancho; y con su viejo machete cortaba los arbustos que le obstaculizaban transitar, cuando un zanate-clarinero se posó confiadamente sobre un tosco y ridículo espanta-pájaros. Y el campesino díjose: “¡Los espanta-pájaros ahora son inútiles, a causa del calentamiento climático que provoca el ser humano!”

Arrojaba un pescador la atrapadora red sobre las aguas de un río, que formaba espumosos remolinos en torno a grandes piedras. Subitáneamente, desde la rama de un árbol, cayó sobre el río una zarigüeya, y los peces huyeron. Y el pescador díjose: “¡Cuán difícil es pescar ahora, porque las zarigüellas, por el calentamiento climático que provoca el ser humano, caen sobre los ríos y espantan a los peces!”

Contemplaba un granjero el granizo que caía sobre los montes y los campos, y sentía frío y temía que sus lodosos cerdos se congelaran, y también sus picoteadoras gallinas y sus ruidosos gansos, y hasta el agua imperturbada del pozo. Empero, meditó profundamente y díjose: “¡Realmente ese granizo es incapaz de congelar, porque ha de ser agua hirviente causada por el calentamiento climático que provoca el ser humano!”

Agonizaba enferma en un hospital público, una mujer anciana y pobre, que había sido vendedora de elotes asados, en el parque principal del pueblo, junto a una majestuosa ceiba y frente a la iglesia monumental. Ella solicitó suplicante la presencia urgente del sacerdote; pero el sacerdote no podía llegar, porque estaba ocupadísimo en escribir un tratado sobre minería. Entonces un médico la consoló con estas palabras: “¡La muerte ansía rescatarte del calentamiento climático que provoca el ser humano!”

Un cazador hambriento buscaba, en el bosque, algún animal carnívoro o hervíboro, pero suficientemente grande, que pudiese atrapar, y cocinarlo con impaciencia, y comer tranquilamente su carne en la húmeda orilla de algún riachuelo perdido. Empero, no lograba atisbar ni aun alguna esperanzadora huella de un animal tal. Entonces se dijo: “¡Cuán cruel es el cambio climático provocado por el ser humano, que hasta las huellas de los animales desaparecen!”

Caminaba un campesino sobre una vereda, impaciente por llegar a su choza, y comer frijoles con crema, queso y chile, y comerlos con tortilla tostada, cuando repentinamente tropezó con una piedra, y cayó sobre el terreno rocoso, y dijo: ¡”Maldito cambio climático. Antes no tropezaba con piedras, y ahora, por ese cambio, he tropezado!”

Predicaba un científico que el clima cambia constantemente por causas naturales, y que no hay pruebas de que el ser humano provoque un calentamiento climático, y que si lo provocara, equivaldría a fracciones de grado centígrado durante una centena de años. El Tribunal del Santo Oficio Ecologista ordenó capturarlo, y le dijo: “La verdad es lo que cree la mayoría de científicos, y tú no eres parte de esa mayoría. Por consiguiente, predicas la falsedad. ¡Maldito apóstol de la mentira! ¡Apresúrate! La purificante hoguera ansiosa te espera.”

Post scriptum. La pseudociencia puede inspirar pasiones inquisitoriales.

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