Dra. Ana Cristina Morales

Cuando niña tenía mucho miedo, no sabe precisar a qué edad, pero se acuerda que su cuerpo era pequeño para caber dentro de las faldas maternas. No lograba aun definirlo debido a que no tenía palabras para describirlo. Así que, se acurrucaba en aquellas naguas creyendo estar protegida.

La gente grande se reía de aquello, incluyendo a su madre, que poca atención prestaba a su miedo. La niña sentía que a su mamá le daba vergüenza su actitud. Ya que ella, se aunaba a la conducta de los demás y les decía: “Es que ella es muy tímida”, y al mismo tiempo se la trataba de desprender dentro de su ropaje.

La niña se sentía sola, no había niños a su alrededor, le gustaba jalar la cola al gato y ver como este reaccionaba. Dejó de hacerlo, cuando este la arañó. Durante las mañanas había silencio en la casa. No había hermanos, no había papá. Solamente ella, la madre, el gato y la empleada del hogar.

Le gustaba pasear en el patio de su casa, un lugar que para entonces miraba enorme. Su estatura no alcanzaba a sobrepasar el alto de las macetas rojas que en su interior tenían azaleas y en donde mantenía el cultivo de frijoles que ella plantó con la ayuda de su padre, quien estaba deseoso que la niña aprendiera acerca de las plantas, por su apego personal a la naturaleza.

La niña miraba con detenimiento esas macetas. Y miraba el crecimiento de sus pequeños frijolitos metidos dentro de las azaleas fucsia. De ellos desprendían pequeñas hojitas verdes, que fueron creciendo hasta convertirse en largas vainas, las cuales fueron recolectadas entre ella y su padre, y ofrecidas para la cocina de su mamá. Su padre le explicó que de perdurar estas en aquel estado, no hubiesen tenido ejotes, si no que ese mismo vástago al madurar daría nuevos frijoles. Y a ella todo aquello la hizo feliz.

También miraba el caminar de las hormigas, le gustaba colocar en sus manos lombrices de tierra que se le retorcían y le hacían cosquillas. Su papá les quitaba la tierra con agua y de esa manera ella podía verles su color. Era una combinación de gris y rosáceo con la brillantez que la humedad le confería. A la vez, se entretenía en conseguir debajo de las macetas los cochinitos grises. Pequeñines de forma oval con múltiples patitas, los cuales miraba tan indefensos como ella. Ellos aparecían, cuando levantaban en el patio algún ladrillo o alguna maceta. A los cochinitos les daba por correr a todos lados huyendo del peligro. Pero, de todas maneras, les llegaba la suerte de ser atrapados. Otros animalitos se encontraban en la tierra, las babosas, las cuales eran ligosas, pero no parecían más fuertes que los anteriores y eran poco atractivas para el juego. Y por último recuerda a las rosquillas, pequeños gusanos de la misma forma que su nombre, los cuales eran duros y de los cuales su papá le advirtió tener cuidado porque eran venenosos. Además, tenía una hermana obsesionada con las hormigas, quien había construido un observatorio para estudiarlas. En aquel entonces, el tiempo le era eterno.

Como verán la niña tenía mucha mayor capacidad de comprensión del mundo, que palabras para nominarlo. En él, se encontraba absorta, y terminaba cansada, de sus andanzas y en su lucha por entenderlo.
Las tardes cambiaban de manera dramática: por la bulla, el hostigamiento de su hermano, y las constantes visitas que frecuentaban su casa. Adultos, a los cuales su mamá le obligaba a saludar y a veces besar, quienes con frecuencia tomaban sus cachetes entre sus dedos como queriendo jugar con ella. Pero, para ella, eso, no era motivo de juego, era algo que la hacía sentir incómoda. Sin poder decirlo, sin nadie que la auxiliara, sintiéndose presa de esos muchos desconocidos que hablaban; y no la tomaban en cuenta. Ella evadía. Y buscaba consuelo en sus padres, pero ellos, no estaban a su disposición, ellos querían compartir con todos los visitantes, y la niña, entonces, estorbaba.

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