Claudia Navas Dangel
cnavasdangel@gmail.com

«He sospechado alguna vez que la única cosa sin misterio es la felicidad, porque se justifica por sí sola».
Borges

Tengo el corazón henchido, hinchado, repleto, preñado de azul, matizado con verde, jaspeado, brillante como el sol del mediodía en la vereda de San Juan; lleno, como la lancha que busca San Pedro, como el panal en mi ventana, como la calle Santander en pleno Festival; radiante como los ojos de Joaquín, como la estrella que me persigue, como cucaya en celo.

Poseo un optimismo desconocido, un sueño de permanencia, historias que remedar, vidas para querer; colores nuevos en mi imaginario apodados como los santos de un almanaque de ferretería, texturas olorosas a aguacate, cerro y empedrado; lloviznas de maullidos con acento francés.

Siento una alegría inusitada, canciones rebotando en mis falanges, sabores por venir.

Retengo el ascenso de San Antonio al compás del tul refrescado, como el temblor del colibrí plumas añiles y dibujo la sombra dorada del cerro divo, inspiración, estímulo, poema; divago pensando la canción de Imbervalt, suspiros perdidos del palo de hormigo de Ixim, míos, suyos, de la luna.

Me acoplo al abrazo bienvenido de San Lucas, notorio, ostentoso, fulguroso, montículos vivos, candentes, en espera; llamó a Cardoza, a Vallejo, revivo a Girondo, siento las palabras como el tacto de un galo y me elevó, nube, troposfera, estratosfera… exosfera.

Tengo la sonrisa en el cabello que baila como la música de guardabarranco, los ánimos empujados por el xocomil; soy amarilla, botón de flor; roja huipil bordado, camino despejado, fantasía sin conejos minuteros, molde de teja, matz´ humoso, retrato de Sisay.

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