Luis Enrique Pérez

Juan José Arévalo fue Presidente de la República en el período comprendido entre el 15 de Marzo de 1945, y el 15 de Marzo de 1951. El 17 de Noviembre de 1948, arribó a Guatemala un nuevo embajador de Estados Unidos de América. Era Richard Cunningham Patterson. Un embajador de un país de América del Sur le había informado al presidente Arévalo que la misión del embajador Patterson era derrocarlo; pero esa presunta misión parecía ser un grato desafío y no una irresistible intimidación.

El primer encuentro, meramente protocolario, entre el presidente Arévalo y el embajador Patterson ocurrió el 18 de noviembre. Ocho días después, en una primera entrevista, por medio de un traductor, el embajador Patterson le informó al presidente Arévalo que la United Fruit Company se oponía a que el Código de Trabajo se aplicara a ciudadanos de Estados Unidos de América que trabajaban en esa empresa. El embajador Patterson, que parecía tener más arrogancia imperial que exquisitez diplomática, le dijo al traductor: “Dígale al señor presidente que yo soy hombre de negocios y que hablo poco”. El presidente Arévalo, que parecía tener más arrogancia intelectual que temor al derrocamiento, le dijo al traductor: “Por favor, dígale usted al señor embajador que yo soy político y que hablo mucho.”

Una semana después, en una segunda entrevista, el embajador Patterson le dijo al traductor: “Dígale al señor presidente que estoy estudiando español. Así pronto hablaremos sin intermediario.” El presidente Arévalo le dijo al traductor: “Dígale al señor embajador que no se tome esas fatigas. Yo tengo cuarenta años de estar estudiando el idioma, y todavía no lo domino.”

En la sexta o séptima entrevista, el embajador Patterson le dijo al traductor: “Dígale al señor presidente que vengo a ofrecerle un viaje a Estados Unidos, con el recorrido que él desee y durante el tiempo que le parezca; que mi gobierno no otorga condecoraciones pero que el presidente Arévalo será condecorado en Washington; que será recibido espléndidamente y que, además, le daremos lo que él pida; pero que cambie de política.” El presidente Arévalo le dijo al traductor (que era un nuevo traductor, amigo suyo): “Dile al señor embajador que mi esposa y yo hemos estado muy preocupados, en días pasados, por la noticia de que la señora de Patterson padecía un ataque de gripe, y que nos gustaría saber que ya está fuera de peligro.” El embajador Patterson, quizá atónito, le preguntó al traductor: “¿Usted le comunicó al presidente mi mensaje?”. Y el traductor le contestó: “Sí, señor embajador”.
En la siguiente entrevista, el embajador Patterson le dijo al traductor: “Infórmele al señor presidente que estaré ocho días en Washington. Dígale que me han dicho que a él le gustan las mujeres; que quiero traerle una pero deseo saber si la prefiere rubia o morena.” La respuesta del presidente Arévalo, comunicada por el traductor, fue ésta: “Efectivamente, me gustan las mujeres; pero suelo buscármelas yo mismo.” El embajador Patterson optó por conspirar para derrocar al presidente Arévalo. No pudo derrocarlo; y antes de que el presidente Arévalo lo declarara no grato, escapó de Guatemala; y fue designado embajador en algún país de Europa.

El Presidente de la República de Guatemala debe declarar no grato a cualquier embajador que intervenga en asuntos internos de nuestro país; o por lo menos debe invitarlo a que huya de Guatemala, antes de ser declarado no grato. Tal declaración o tal invitación es urgente cuando un embajador se ha inmiscuido francamente, con abusiva intrepidez, en asuntos que conciernen exclusivamente a los guatemaltecos. Más urgente es todavía esa declaración o esa invitación si el embajador no solo ha transgredido normas del convenio internacional sobre relaciones diplomáticas, sino que exhibe por ellas un desprecio humillante.

Post scriptum. El Presidente de la República de Guatemala debe demostrar que no agregamos, a la ya axiomáticamente evidente pobreza de nuestro país, la indignidad de tolerar la conducta ofensivamente intromisiva de cualquier embajador.

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