Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Ayer el Presidente del Congreso permitió una entrevista en la que el tema central para La Hora era medir su nivel de interés o compromiso con cambios al sistema perverso que ha alentado la corrupción y la impunidad en Guatemala, puesto que mediante un astuto manejo el diputado Mario Taracena al asumir el cargo más importante en el Organismo Legislativo, publicó los salarios del personal del Congreso, lo que generó una oleada de repudio ciudadano y permitió una especie de baño de rosas al veterano diputado que surgió en la UCN de Jorge Carpio, pasó por el PAN de Arzú y ahora es de la UNE de Sandra Torres.

Hace poco más de un año, la CICIG y el Ministerio Público destaparon el Caso “La Línea” y despertaron a la población que sabía de la corrupción existente en el país, pero que la veía como parte del paisaje cotidiano. Influyó en ese “despertar” la animadversión que a pulso se fue ganando Roxana Baldetti con su cinismo y desfachatez que alcanzó punto culminante cuando nos quiso ver a todos la cara de mulas con el tema del lago de Amatitlán. Ese desprecio a Baldetti fue motor de la movilización que se dio y que reclamó no sólo su renuncia sino también la de Pérez Molina.

Para un puñado de guatemaltecos quedó claro que el problema no era únicamente el comportamiento de Pérez y Baldetti, sino la existencia de un sistema que alienta la corrupción y ha construido el muro de la impunidad que aún hoy está jugando su papel en los procesos que se siguen por el tema de la corrupción. Si no, que lo diga el juez Gálvez con sus resoluciones en el Caso Aceros de Guatemala.

Otros, se dieron por satisfechos con la captura de Baldetti y Pérez, sintiendo que con ello se ponía remedio al problema. Esos fueron los que luego atendieron el llamado que hicieron algunos sectores, con el empresariado a la cabeza, para respetar el sistema e ir a las urnas para hacer que el voto contara. El resultado fue la integración de un Congreso que se ha demostrado peor que los anteriores, como debía de ser, puesto que las reglas del sistema político que regularon la elección fueron las mismas que han venido generando los vicios ya descritos. En esas condiciones no podía haber un cambio significativo más que para empeorar, como efectivamente ocurrió.

La reforma al sistema político es clave porque allí se produce el secuestro de la democracia, de la soberanía popular, producto de la tenebrosa alianza entre políticos y sus financistas que se convierten en los únicos usufructuarios de la acción del Estado. Al diablo el bien común porque lo único que importa es el bien de políticos y sus socios financistas.

Por ello era crucial poner en evidencia a Taracena respecto a su nivel de compromiso con la reforma del Estado y su sistema político. Y no sólo dijo no, sino que defendió tajantemente ese perverso modelo que le permite a él y sus colegas erigirse en la trinchera por hoy más visible de la corrupción y la impunidad.

Las cartas ahora están más claras que nunca. No hay la menor esperanza de reforma por la vía institucional.

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