Adolfo Mazariegos

Hace pocos días, mientras cambiaba de canal en el televisor, me quedé observando (y escuchando) una entrevista que le hacían en un canal de noticias al nuevo superintendente de la SAT. No pude dejar de recordar la fallida reforma tributaria que realizó el gobierno anterior al poco tiempo de haber asumido (que seguramente no habría podido realizar si intenta hacerlo después) y que, desde un principio, se avizoraba iba a ser un rotundo fracaso. Este avizoramiento se cumplió y el fracaso ha sido evidente con el correr de los cuatro años que recién han concluido. La recaudación, lejos de tener alguna mejoría se vino abajo y muchos ciudadanos empezaron a quejarse de dicha reforma, no sólo consumidores de bienes y servicios sino pequeños comerciantes que empezaron a ver cómo algunos de sus clientes habituales empezaban a alejarse, dado que (por ejemplo), las facturas de pequeños contribuyentes, que no les generan crédito fiscal, ya no les eran de utilidad. Eso sólo por mencionar alguno de los puntos de controversia que se dieron (y se siguen dando) en torno al tema. Pero volviendo al inicio de estas líneas, el nuevo superintendente me pareció un hombre preparado (en el campo jurídico), en virtud de que es abogado y notario, y por lo tanto, evidenció (al menos en esa entrevista) conocimientos inherentes a su profesión, así como buenas intenciones en el desempeño de las funciones y responsabilidades que ahora tendrá al frente de la institución a su cargo. Por supuesto, el hecho de que no sea economista o auditor, verbigracia, no tiene por qué constituirse en óbice para un buen desempeño y cumplimiento de las expectativas que, con toda seguridad, se tienen de su actuar y desempeño como funcionario público cuya labor deberá ser eficiente y eficaz en función de los objetivos que se persiguen en el marco de la recaudación necesaria para el funcionamiento del Estado. No obstante, no dejaron de llamar mi atención algunos de los comentarios que hizo con respecto al quehacer de la superintendencia que ahora está a su cargo, y de lo que se supone habrá de venir en el campo de la recaudación (y por consiguiente de la tributación a la cual estamos obligados todos aquellos que vivimos en este país). Uno de esos comentarios está relacionado con la aseveración que muchas veces se hace de que un alto porcentaje de la población no paga impuestos, lo cual no es del todo cierto (depende de qué impuestos estemos hablando), dado que, todo producto o servicio que se venda o comercialice en el país lleva incluido el IVA, y el IVA es un impuesto (¿o no?) y ese impuesto, lo paga incluso aquella persona que compra tan sólo una libra de azúcar, o una bolsa de café, o un frasco de mayonesa en la tienda del barrio que le queda cerca de su casa […]

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