René Leiva

Lo he sentido envejecer, menoscabarse, seguir vivo… (Un poco como yo mismo.) Por mis manos y mis ojos han ocurrido las volutas de sus páginas y sus años. Mi visión y mis huellas dactilares mustiadoras de sus cantos, cubierta, lomos, márgenes…
En mis ansiosos pálpitos digitales ha latido su todavía vigente inventario de la palabra castellana.
(Diccionario Castellano Enciclopédico. Novísima Edición, 1923. París, Editorial Garnier Hermanos, 1,165 páginas. Con Prólogo de la ediciones 1891 y 1908.)
Campano, especie de caoba (pág. 163).
Su uso, mi uso consuetudinario mantuvo, mantiene lejos a la polilla, mas no al desgaste del tiempo y al tiempo del desgaste. Ha perdido volumen y atractivo “físico” pero no vigor ni mucho menos espíritu dentro del relativismo temporal.
Anciano sabio pero achacoso, de huesos dislocados y bordes corroídos… Delicado, despastado, casi desencuadernado, desgajado, deshojado, deslomado, deshilado, desportillado, deshidratado… Ilustre ancestro del Pequeño Larousse.
Muchas palabras que acoge yacen en féretro del desuso pero sin fecha precisa de caducidad y con una vela de llama que niega consumirse en lágrima de cera serenada.
Algo o mucho tiene mi Campano Ilustrado de mausoleo, de panteón, de ara agrietada, de urna con la ceniza de los días, de monumento impreso a Jano Bifronte, de palimpsesto para paleógrafos ciegos, de templo de voces apagadas, de museo desmurado, de ídolo al que idolatra el imposible anticuario, de fósil excavado en la última capa del pensamiento, de oculto u olvidado estanque donde todavía beben pegasos, ninfas y centauros y en que se refleja la imagen enferma de un Narciso ciego con máscara líquida.
Frágil y delicado como un recién nacido nonagenario, un convaleciente del tiempo, un decrépito de la costumbre (mía), un desahuciado de la electrónica.
El término, el colofón, el fin de las definiciones es provisional con la apetencia intrínseca de ser definitivo; una serie de mojones siempre paralela al horizonte conceptual. El verbo, el logos, la palabra va de podas y talas a rebrotes y retoños inesperados, a rizomas secretos que eclosionan entre grietas rocosas.
El diccionario no te lleva al tuétano de la vida ni a las entrañas de la existencia. Pero te muestra sus atávicos atavíos, sus signos, la materia prima de sus interminables exégesis. Surte ingredientes o elementos para la preparación del complemento intelectual, científico, académico, literario…
El inventario de un léxico en orden alfabético, en que cada palabra está confinada a su celda colmenera (¿es miel la palabra, elaborada por la abeja colectiva de la lengua?), aunque definida por otro grupo estructurado de palabras. En su confinada definición, sólo da pistas, claves, signaturas… No suele contar historias, anécdotas, sucesos…

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