Fernando Mollinedo C.
En la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de San Carlos nos enseñaron que el Derecho es un conjunto de normas que regulan la convivencia social y la conducta de las personas; en otras palabras es el conjunto de principios, preceptos y reglas a que están sometidas las relaciones humanas en toda sociedad civil y a cuya observancia pueden ser compelidos los individuos por la fuerza en caso de su inobservancia.
La Política es el arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los Estados, la palabra deviene del idioma latín politice, y esta del griego politik, de -koj, político. Significa también: actividad de los ciudadanos que rigen o aspiran a regir los asuntos públicos con su opinión o voto. Lo anterior en el sentido correcto de la palabra.
Para unos, la política es una actividad inmunda, inmoral, viciada y repugnante que algunos de sus practicantes con su conducta hacen que de asco y genera la impotencia ciudadana para resolver la ignominia de su ejercicio. En palabras coloquiales, es la «misma gata, sólo que revolcada», con las mismas caras acartonadas de sirvientes, lacayos y vasallos defendiendo los privilegios de sus amos y patrones que siguen mamando del erario conviniendo sus negocios ilícitos con las autoridades de turno.
Me permito decir que las nuevas generaciones de «politiquillos» (como son ignorantes, les queda mal el nombre de políticos, por eso les llamo así a jóvenes y adultos) pierden el norte antes de llegar al poder sin el menor esfuerzo, no tienen conocimiento de la realidad y arrastran las mismas mañas que su padre o madre, entonces, ¿con quién estamos mejor o menos peor, con los viejos políticos o con los politiquillos?
En política se han escrito las peores historias de corrupción, traición, imposiciones, asesinatos, despojo, amor, engaños, relaciones peligrosas y complicidades empresariales de políticos en el ejercicio del poder mediante el pago de enormes cantidades de dinero como soborno, coimas y mordidas, lo que demuestra la descomposición y putrefacción moral y ética de quienes creen que el ejercicio del poder equivale a la libre disposición de los bienes del Estado.
En Guatemala ya no sorprenden los escándalos de MEGAHUEVEOS realizados por los funcionarios y empleados de la administración pública con el cínico y doble discurso que manejan. Lo que sorprende, es la poca reacción de la población ante el mismo modus operandi de estos parásitos sociales; es más, hasta parece que hay un intencionado mutis y lo publicado en las redes sociales no alcanza para demostrar el repudio, asco, antipatía y repulsión que causa el miasma elegido para gobernar.
Vivimos en un desastre político, donde los patronos, amos, señores y propietarios de Guatemala, siguen «mamando» con sus constructoras fantasma, empresas de cartón nacionales y off shore, monopolios, blanqueo en la banca, car wash o laundry en la construcción y aún hay más, pero… ¿para qué tanto circo si al final de cuentas los negocios ya sean estatales o municipales son el pago a tanto idiota malparido, traidor a la patria que se contenta al ser cebado con millonarias cantidades a costa de su integridad?