Luis Fernández Molina

Memento, homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris.

Quien esto escribe ha provenido del polvo y al polvo habrá de volver. Igual destino, inevitable, espera a quien lee, y a quien imprime, a quien reparte. No es una visión fatalista ni apocalíptica, es la pura realidad. ¿Dónde “estábamos” hace 100 años? ¿Y hace un millón? ¿Dónde estaremos en mil años? Por decir poco tiempo. Es el signo de todos los seres humanos: polvo. El rito católico del miércoles de ceniza nos lo recordaba; antiguamente el oficiante pronunciaba la imponente frase “Polvo eres y en polvo te convertirás”. Hoy día la fórmula es “Arrepiéntete y cree en el Evangelio”. Sin embargo aquella expresión sigue vigente.

Son palabras pronunciadas por Yahve mismo (es de los pocos pasajes bíblicos que el texto recoge palabras directas de Dios). Las dijo en un momento –acaso de contrariedad–, cuando expulsaba a Adán y a Eva del paraíso terrenal por haberle desobedecido. En ese mismo versículo 19 de ese capítulo 3 del Génesis se encuentran dos pronunciamientos muy conocidos: “Comerás el pan con el sudor de tu frente” expresión que se repite mucho pero de forma incompleta porque al final reza: “hasta que vuelvas a la tierra”. Pesa sobre nosotros la condena de tener que procurarnos el alimento todos los días (para algunos es la “condena de vivir”) hasta que finalmente descansemos de una vez por todas. Y aún hay más, el párrafo cierra con un impresionante recordatorio que Dios nos hace y que debe hacer eco en todo nuestro ser: “¡Porque eres polvo y al polvo volverás!”.

Muchos teólogos coinciden en que la soberbia fue uno de los factores que impulsaron la desobediencia de nuestros primeros padres, escenario parecido a la rebeldía de Luzbel –convertido luego en Lucifer–. En ese contexto de la soberbia, la sanción divina no podía ser más atinada. ¿Para qué tanta arrogancia si venimos del polvo? ¿Para qué tanta ambición y orgullo si al final regresamos al polvo? “Vanidad de vanidades, todo es vanidad” nos recuerda el sabio Salomón. Igualmente, opinan estudiosos que la referencia a que venimos del polvo es una continuación de la crónica de que “Dios formó al hombre con polvo de la tierra” (Gn 2,7). Es válida pero creo que tiene una expresión mucho más profunda.

La palabra humildad, que es lo opuesto a la soberbia, proviene de “humus” que significa tierra. Las construcciones hechas de polvo pueden alcanzar las alturas –nosotros–, y por eso estamos en esta vida. Abrahán, el Patriarca dijo: “Aunque soy polvo y ceniza, me atrevo a hablar a mi señor” (Gn 18,27). Y como dice el salmo 104,29 “todos expiran y al polvo retornan”. En una versión amable, los modernos científicos aseguran que “somos polvo de estrellas.” Muchos debates teológicos podrían derivarse, como por ejemplo compaginar el enfoque del Viejo Testamento con la resurrección gloriosa del último día que es punto central del Nuevo Testamento. Lo dejo a los expertos.

Parecen sombríos los comentarios anteriores y acaso lo son. Pero esas sombras, mientras más oscuras sean, mas resaltan la maravilla de la luz, esto es, de la vida. La vida es una oportunidad única y cada segundo cuenta. Si bien somos polvo y en polvo nos hemos de convertir, contamos con un tiempo –fugaz como un relámpago—para gozar de la compañía de los seres queridos, disfrutar de la belleza de la naturaleza y unos poemas y paladear un buen libro, y ayudar a nuestros prójimos. Debemos cantar, como La Negra: ¡Gracias a la vida!

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