Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Yo vengo insistiendo en que el problema político de Guatemala es del sistema y no sólo de personas, y que no importa a quién terminemos eligiendo en un procedimiento estructuralmente viciado, los efectos serán siempre los mismos porque aquí los políticos deciden cómo se les elige y no es el pueblo el que decide cómo elegir a sus dirigentes.

Pero anoche el Presidente de los Estados Unidos dejó para el final, para cierre con broche de oro de su mensaje sobre el Estado de la Unión Americana, el mayor problema que él ve y lo que considera más urgente de arreglar. Habló de la necesidad de componer el sistema político de los Estados Unidos que mantiene al país preso de una confrontación radicalizada ideológicamente que paraliza el potencial y afecta a los ciudadanos. Criticó la forma en que actúan en Washington los funcionarios electos, incluyendo a la Presidencia, y especificó el terrible papel que significa el financiamiento de las campañas políticas porque es desde que se recibe ese dinero a través de los grupos paralelos de los partidos políticos que los diputados y senadores se convierten en instrumentos de los grandes intereses y no pueden mover un dedo si ello puede molestar a esos enormes poderes económicos que tienen secuestrado al poder político haciendo falsa la idea de un gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo.

Creo, sinceramente, que Obama es uno de los grandes comunicadores de la historia política mundial, y aunque sus ejecutorias en la Presidencia puedan terminar siendo cuestionadas tanto por sus adversarios como por muchos de los que votaron por él y se sienten frustrados por lo modesto de sus logros, tiene una capacidad de comunicar en forma sencilla los temas más complejos que no es sencilla ni se encuentra fácilmente. Ayer habló de la grandeza de su país y de cómo puede verse comprometida más por lo que ocurre adentro que por las amenazas externas. No mencionó a radicales como Trump o Cruz, pero hizo ver que ciertas posturas sobre la inmigración y las que generalizan sobre el mundo musulmán respecto al terrorismo, atentan contra los principios básicos de los Estados Unidos y debilitan al país que es más admirado por sus valores que por la fuerza de su Ejército.

Sin embargo, el punto toral, la parte final de su discurso, fue una severa crítica a la forma en que se hace política en Estados Unidos, a la redistribución que se hizo de los distritos electorales para armarlos de manera tal que se pudieran constituir bolsones de votos para garantizar el control partidario, de la dependencia de funcionarios electos hacia los Super PAC que controlan y administran el financiamiento de las campañas y esa retórica de eterna confrontación que hay en Washington que impide acuerdos lógicos y necesarios.

Imagine usted que si la mayor democracia del mundo necesita ajustes y tiene que plantear el cambio del sistema político, cuánto más nuestra no sólo imperfecta sino asquerosa política criolla donde la corrupción no es excepción sino norma y en donde el pueblo ni huele ni hiede en las grandes decisiones. Si allá hace falta una reforma profunda, aquí nos hace falta una gran revolución para componer las cosas.

Artículo anteriorUn futuro incierto para Guatemala
Artículo siguienteNuestra inestabilidad