Oscar Clemente Marroquín
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Una de las escuchas telefónicas que más indignación causaron durante la presentación de pruebas en el caso de la defraudación aduanera fue aquella en la que se llamaba al Presidente Pérez Molina como «el dueño de la finca» porque ocurre que todos los presidentes en algún momento se lo terminan creyendo y realmente sienten que este país es su hacienda con la que pueden hacer micos y pericos. Los hechos, sin embargo, demostraron que el general Pérez Molina llegó a ser, en todo caso, el inquilino que durante cuatro años pudo ordeñar el ganado como lo han hecho todos los que le precedieron en el poder, pero su caso sirvió para que los ciudadanos entendamos el carácter efímero de ese poder y cómo, cuando el pueblo asume su papel ciudadano, puede acabar con tal arrogancia.

Eso no quiere decir, sin embargo, que la finca no tenga dueños, sino simple y sencillamente que quien ocupa la Presidencia no llega a tener esa categoría que se reservan para sí otros que son los que realmente deciden las cosas importantes, como la política fiscal, la política económica, la política laboral, no digamos la política monetaria y crediticia del país. Son aquellos que aprovecharon la última reforma constitucional para meter su gran gol, eliminando la potestad de la Banca Central para ser agente financiero del Estado, lo cual se tradujo en un millonario negocio para el sector financiero.

Por pocas personas tengo tan poco respeto como por Jorge Serrano, pero debo admitir que lleva razón cuando dice que en Guatemala la Guayaba tiene Dueño porque resulta que hasta el político que se vuelve más poderoso termina negociando con los amos para que le dejen actuar impunemente en el tema de la corrupción. Y la historia ha sido que los verdaderos dueños de la finca permiten que el inquilino se sienta dueño, pero en el fondo los que deciden las cuestiones fundamentales son los que conforman el selecto club integrado por los verdaderos dueños de la hacienda.

Y viene a cuento lo anterior porque ya estamos viendo cómo el futuro presidente tiene que acomodarse con los poderes reales. De lo contrario no tendrá paz ni siquiera temporalmente y más temprano que tarde se le vendrán tormentas difíciles de capear.

Fueron precisamente los verdaderos dueños de la finca los que insistieron en que saliendo de Pérez Molina se acababa la corrupción, como dijeron años antes al sostener que Portillo era la corrupción y que acabado su gobierno ya no había problema. Mamolas, decían los abuelos, porque ellos saben perfectamente que el problema no es de personas sino estructural, pero de todos modos se lanzaron a la campaña para convencer a la gente que «el voto cuenta», como si eligiendo a alguien nuevo se iba a terminar el vicio. Ganan tiempo, que es lo que les interesa, y consolidan su poder para imponer condiciones, pero el país que quieren sus dueños sigue intacto, sin modificación porque eso es lo que conviene a sus intereses.

Otro inquilino se apresta a creerse dueño de la finca y a entrar en el eterno jueguito alimentado por los verdaderos dueños de la finca.

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