Javier Estrada Tobar
jestrada@lahora.com.gt

A ocho días de la catástrofe en El Cambray II, que dejó centenares de fallecidos y desaparecidos, la crisis humanitaria todavía no termina y probablemente aún haga falta mucho trabajo para ponerle el punto final. Menciono esto porque en ocasiones anteriores el país se ha conmocionado por los desastres que afectan a los guatemaltecos, pero la atención se dispersa diez o doce días después del evento, y luego los que no resultamos damnificados volvemos a la rutina diaria, ignorando las dificultades que vienen después.

Los sobrevivientes del alud de El Cambray II continuarán por muchos meses y años afrontando las consecuencias de este evento, que se pudo prevenir con un poco de visión y responsabilidad. Las deudas, las cicatrices y el dolor que genera la pérdida de los seres queridos no se superan de un día para otro, y por eso es importante que las instituciones planeen el acompañamiento que les darán para superar la crisis en diferentes aspectos.

Vendrán días muy difíciles cuando la desesperación se apodere de las familias que viven en los albergues temporales y sus casas aún no estén construidas, y eso desencadene consecuencias para los padres de familia y sus hijos; seguramente también será muy dura la situación de las personas que no consiguieron localizar los cuerpos de sus familias y amigos fallecidos, y se tendrán que conformar con recordarles en el área del desastre, pues no pudieron despedirles con honras fúnebres.

Es importante tener claro que después de la tormenta, no siempre viene la calma, y eso implica una gran responsabilidad de las autoridades para presentar sin dilación las soluciones claras y contundentes a los problemas de los sobrevivientes de la catástrofe, pero también para las miles de familias que aún viven en las áreas de riesgo y que no están conscientes de su situación.

De acuerdo con una nota publicada por la Agencia AP, Sonia Hernández, de 26 años, que tenía 10 familiares desplazados por el deslave y cinco más desaparecidos de otra vivienda, dijo que nunca se les advirtió de algún peligro. «Si hubiese sabido del peligro que estamos corriendo no habríamos comprado», dijo Hernández. «Habríamos estado comprando prácticamente nuestra propia tumba», comentó desde el auditorio de la municipalidad habilitada para recibir a los afectados.

Según una publicación de La Hora, que recoge informaciones de la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres, unas 300 mil personas que residen en distintos asentamientos de la Ciudad de Guatemala están en riesgo latente ante un posible deslizamiento de tierra. Además, hay que pensar en los otros miles de personas que viven en la provincia y también habitan áreas de peligro.

Me imagino que será muy difícil reubicar a esas miles de personas y solo pensar en comunicar un plan con ese objetivo presupone un gran conflicto, pues la movilización humana jamás es un trabajo sencillo. No obstante, es importante tomar en cuenta que cualquier esfuerzo para evitar una nueva catástrofe debe ser considerado como una prioridad para las autoridades nacionales y locales. Ahora y siempre es momento para ser solidarios y responsables con los más necesitados.

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