Javier Estrada Tobar
jestrada@lahora.com.gt

Es de inocentes pensar que la renuncia de Otto Pérez Molina a la Presidencia va a cambiar al país. Estaría muy bueno, pero no es cierto. En el tablero de ajedrez se cayeron algunas fichas con los acontecimientos de los últimos días, pero el juego de poderes e intereses mezquinos sigue en pie, con o sin el general retirado en la escena política.

¿Está de más decir que los ciudadanos somos los peones en esta partida de ajedrez? No lo creo, porque muchos guatemaltecos aún no entienden el papel que juegan en el sistema, y todavía se piensa que votar es lo mismo que elegir, pues aunque sí pueden seleccionar a sus gobernantes, no tienen la opción de cambiar las reglas del juego, y esas son las que de verdad valen.

Ya estamos acostumbrados a que cada cuatro años cambian los rostros, los logos, los discursos y los mensajes de los partidos políticos, pero lo seguro es que todos están moldeados por un sistema electoral mercantilista, que confiere el verdadero poder a los financistas, es decir, a quienes manejan la plata.

Mañana muchos irán a las urnas pensando que votar es una obligación ciudadana, pero también estaría bueno que se pongan a pensar que nadie está forzado a apoyar con su voto a un grupo de políticos poderosos cohesionados por la corrupción, como lo señaló con claridad la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG).

Recuerdo que hace cuatro años, cuando por segunda ocasión cubría las elecciones para La Hora, Otto Pérez Molina era el candidato presidencial del Partido Patriota, y tenía un discurso firme y conservador, que convencía a las multitudes con su mensaje de apoyo a la familia tradicional, la pena de muerte y la transparencia en la gestión pública. Así convenció a millones de personas y se hizo con la Presidencia.

Pero los que hace cuatro años votaron por Pérez Molina hoy parecen estar muy arrepentidos, cuando el exmandatario se enfrenta a la justicia por serios cargos de corrupción. Sin embargo, no son los únicos, porque en un momento también estuvieron arrepentidos quienes apoyaron a Álvaro Colom, Óscar Berger, Alfonso Portillo y Álvaro Arzú.

Ese arrepentimiento constante en la política debería hacernos pensar en que las cosas están mal y que no tiene que ver con que gobierne la UNE, la GANA, el FRG o el PAN, sino en que todas las campañas políticas se financian con recursos privados, y que los financistas siempre quieren que su inversión regrese con creces.

Esa inversión en campañas se paga con los recursos públicos, es decir, con el dinero de los impuestos que pagamos los ciudadanos con nuestros impuestos. Es irónico que apoyemos a los políticos que después van a usar nuestro dinero para pagar su campaña política y por supuesto, a garantizar su enriquecimiento.

Ser un antisistema no es fácil en Guatemala y menos en este contexto, en el que las personas están sobreinformadas, pero no con argumentos, sino con discursos vacíos y promesas falsas, y por campañas que hacen pensar que no ir a votar es dañino para la democracia. Sin embargo, creo firmemente que tenemos que cambiar las reglas del juego porque los financistas de campaña no perderán el sueño por los niños desnutridos, los jóvenes sin educación o los enfermos sin medicinas. Así de simple.

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