Juan Francisco Reyes López
jfrlguate@yahoo.com

Existen normas, conductas y tradiciones que se aplican y observan cuando acontece un hundimiento. En la famosa tragedia del «Titanic», el capitán, la mayor parte de la tripulación y una mayoría de pasajeros murieron, especialmente varones; pocos fueron los actos de cobardía; el conjunto de músicos se hundió ejecutando su arte. Se dice que en un barco solo las ratas son las primeras en abandonarlo y si por alguna razón, como también ha sucedido en hundimientos recientes, el capitán y los tripulantes no se dedican a salvar a los pasajeros y a evitar que la nave cree un desastre en su hundimiento, quedan de por vida marcados por su falta de entereza y su censurable comportamiento.

En la actual crisis a la que ha llevado al gobierno de la República, Otto Pérez y Roxana Baldetti, es de analizar las acciones y reacciones del Gabinete de gobierno. Públicamente ha habido ministros como el de Economía, Sergio de la Torre y el Comisionado presidencial de competitividad, Juan Carlos Paiz, que se habían beneficiado de privilegios y viajes durante casi cuatro años y tenían claro el problemático panorama, que saltaron del barco tan pronto como sus verdaderos patronos de la cúpula económica se los ordenaron.

De igual manera, públicamente se desvinculó Dionisio Gutiérrez, perteneciente a una familia y grupo que desde la época del gobierno de Ramiro de León Carpio habían sido patrocinadores de Otto Pérez Molina y grandes beneficiarios económicos. Seguramente Pérez Molina sabrá ahora cómo se sintió Julio César cuando Bruto lo apuñaló.

Otro ejemplo es la Procuradora General de la Nación, María Eugenia Villagrán, quien improcedentemente hizo público que ella «sugería» al Presidente que renunciara de su cargo. Una cosa es asesorar y aconsejar de forma ética y no pública, otra es hacerlo con bombos y platillos para que todo el mundo se entere. Debió previamente renunciar al puesto de Procuradora y después decir por qué lo hacía y no hacerlo de la improcedente manera que lo ha hecho.

Qué distinto es no ser «traidor ni cobarde» como lo dijera el actual vicepresidente de la República, Alejandro Maldonado Aguirre en una difícil y crítica entrevista que en televisión, a dos puyas, le hicieran Quique Godoy y Claudia Méndez, interrogándolo por qué no le solicitaba públicamente la renuncia al Presidente.

Maldonado claramente expresó que a sus 80 años, el testimonio de su forma de ser y por decencia, nunca procedería a decirle públicamente al Presidente renuncie, especialmente cuando ello implica que él sería el primer beneficiario al sucederle como presidente.

En una actitud que me ha hecho cambiar de opinión a favor del Vicepresidente, éste no trató de justificar o excusar lo que pudiera haber hecho Otto Pérez Molina. Lo que sí dejó meridianamente claro es que no le correspondía ser juez y parte y a un hombre leal emplazar públicamente a quien había confiado en él al proponerlo dentro de la terna como candidato para que se le eligiera como vicepresidente en remplazo de Roxana Baldetti.

No soy amigo de Otto Pérez, mucho menos responsable de haber votado por él; incluso fui de los primeros ciudadanos en plantearle que debía renunciar y separarse del cargo, pero no confundo su derecho y mi derecho. Si él, por los motivos que ha manifestado o por los que no haya manifestado, ha escogido vivir el vía crucis de someterse al proceso legal es su decisión.
¡Guatemala es primero!

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