Eduardo Blandón

Otto Pérez Molina quiere que le creamos y para ello ayer se dirigió a la población hablando de su honorabilidad.  Insiste en que es un político sin mayor mácula que haberse rodeado de personajes oscuros.  Haciéndonos ver que quizá ese sea su único pecadillo, el despiste, la poca atención en la elección de su equipo de gobierno.

Olvidó, sin embargo, referirse a la temible dos, la “R” o “la mandamás”, Roxana Baldetti, porque existen pactos de lealtad con lazos que no se rompen.  Hizo mutis cuando pudo haber aclarado algo, deslindarse de la sanguijuela que drenaba las arcas del Estado y de paso como mínimo quizá indignarse.  Pero nada de ello sucedió.

Insinuó que la justicia de la CICIG no es más que intromisión extranjera.  Apeló al nacionalismo y pidió el apoyo de “la Guatemala profunda”, el interior del país, para el que afirma haber trabajado incansablemente.  Es decir, insinúa que antes de inquirir si se ha robado o no, se ponga en tela de juicio la nacionalidad de los investigadores.  Porque, al parecer en su retórica, lo único valedero son las actuaciones del sector justicia nacional (con frecuencia favorable a la impunidad. Por supuesto).

Pérez Molina dice que los acusadores no han dicho nada de la complicidad del sector privado, lo que sin duda debe ponerse al descubierto cuanto antes.  Pero ello, es un reconocimiento implícito de la corrupción de su gobierno (si hay corrupción, hay corruptores).  Algo así como “es cierto que hemos robado, pero… no lo hemos hecho solos).

El hasta hoy Presidente de Guatemala se niega reconocer lo que todos sabíamos desde siempre: que es “il capo dei capi”, “el número uno” o “el dueño de la finca” como sus socios corruptos lo llamaban.  La cabeza de la corrupción del erario público.  Él, Pérez Molina, en contubernio con la cínica Roxana Baldetti.  Son ellos quienes deben ir a la cárcel y, en el caso del Presidente, renunciar y someterse a la ley.

Ha llegado la hora de no marcha atrás.  Es el momento de la dignidad.  Otto Pérez Molina y la clase política deben escarmentar y pagar sus malas acciones.  Unámonos todos para exigir la reparación de daños.

 

Artículo anteriorLa declaración de Chalo no es propia ni factible (II)
Artículo siguienteCadáveres políticos